Los hilos del destino by Clara Asunción García

Los hilos del destino by Clara Asunción García

autor:Clara Asunción García
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Policial
publicado: 2014-04-22T22:00:00+00:00


22

Al final, resultó que el hermano del profesor se mostró muy cooperativo. Llamé al número facilitado por Betty y me presentó como una investigadora de la compañía de seguros del vehículo de su fallecida cuñada. Me inventé que el coche acataba de verse involucrado en un intento de robo con violencia y que a la compañía le urgía descartar cualquier responsabilidad por parte del propietario.

Accedió a recibirme en su casa a pesar de lo intempestivo de la cita, si bien no me aseguraba poder hablar en persona con su hermano, dado su delicado estado de salud. La dirección que me dio me llevó a una vetusta construcción de aspecto tan señorial como decrépito, un anacronismo incrustado entre un moderno edificio de oficinas y un McDonald’s plastificado. El hermano del profesor, Florián, me recibió ataviado con una vistosa bata de seda. Parecía estar cerca de los setenta años y, a modo de saludo, me ofreció una huesuda mano de uñas primorosamente pintadas, rematada por varias pulseras enroscadas en su antebrazo como crías de culebra. El resto de él era tan escuálido y colorista como esa primera muestra: descarnado, con un toque de rímel unas décimas por encima de lo discreto, pelo recogido en una cola alta y la sombra de una barba contra la que los polvos de maquillaje no tenían nada que hacer. Tras el saludo me hizo pasar a un largo pasillo flanqueado por al menos media docena de puertas, todas cerradas. Antes de que llegáramos al final, giró hacia una de ellas, de doble hoja, y me franqueó el paso a una sala de techos altos cuyo suelo estaba cubierto por decenas de alfombras dispuestas como si de un puzle se tratara. Olía a polvo y a humedad. No vi al profesor por ninguna parte, aunque la verdad es que no habría sido fácil distinguirlo del fondo. La estética hogareña daba un pelín de escalofrío: tapices desteñidos que ocupaban cada milímetro de las paredes compitiendo con cuadros de seres que parecía hacer siglos que habían pasado a mejor vida, todo ello aliñado con una iluminación escasa, por no decir casi tétrica. ¿A qué me había colado en una novela de terror gótica sin darme cuenta?

Por contraste, Florián se condujo en todo momento con amabilidad y sin signos de planear encerrarme en una mazmorra para devorarme después. Vale, tal vez la decoración no era lo suyo, pero, oye, sobre gustos, ya se sabe.

—¿Un té, joven? Acababa de hacerme uno para mí —ofreció, con una sonrisa.

Había algo en él que me recordaba a Leng. Tal vez, la voz cascada. Sería eso.

—Sí, gracias —acepté.

Cuando mi anfitrión regresó con una bandeja coronada con delicadas tazas de porcelana y tomó asiento, repetí la ficticia historia del coche.

—¿Puede confirmarme que es el coche de su cuñada? —inquirí, dándole los datos del vehículo.

Florián asintió de manera leve con la cabeza, antes de llevarse su taza a los labios y sorber con delicadeza.

—Sí, es ese. Pensaba que había ido a parar al desguace. Cuando llegó la



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