Los gatos caen de pie by M. J. Fernández

Los gatos caen de pie by M. J. Fernández

autor:M. J. Fernández [Fernández, M. J.]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Policial
editor: ePubLibre
publicado: 2019-01-14T16:00:00+00:00


Capítulo 10

Salazar no veía la hora de salir del hospital, pero los médicos se empeñaron en volver a hacerle evaluaciones y otra analítica. ¡Más agujas, la madre que los parió! Que ya lo tenían harto. A media mañana recibió por fin el alta y salió de allí lo más rápido que pudo, antes de que cambiaran de opinión. Después de considerar sus opciones, decidió presentarse de una vez en la comisaría, pues no se sentía con ánimo de enfrentar el desprecio de Paca y ya los bosnios habían retrasado demasiado la resolución del caso.

Una vez que convenció a Santiago por teléfono de que estaba bien y que no necesitaba el día para descansar, cogió la maleta que le llevó Diji y se subió a un taxi que lo dejó frente a «San Miguel».

No pudo quejarse del recibimiento. En cuanto llegó, tanto García como Lali, le manifestaron su satisfacción por verlo regresar sano y salvo. Hasta sus compañeros le devolvieron el saludo cuando entró en la sala común. En circunstancias normales aquello lo hubiera preocupado, pero comprendió que se sentían aliviados por no verse obligados a asistir a su funeral. Después de todo, eran chicos majos.

Lali debió avisar a Santiago de su llegada, porque al cabo de pocos minutos, el comisario se reunió con ellos. Después de darle la bienvenida a Néstor y asegurarle que todos se alegraban mucho de su regreso, decidieron entrar en materia.

—Así que tenías razón y el tal Jaso era una pieza —afirmó Remigio—. Pues me temo que me engañaron, porque mira que después de Diji yo también revisé su pasado y no encontré nada que me llamara la atención.

—No te culpes, Remigio —lo consoló Néstor—. Me confesaron que disponían de todo un equipo de informáticos y falsificadores que elaboraron los antecedentes de Kazac. Además de que tuvieron cinco años para prepararse.

—Da escalofríos pensar que esta gente realizaba operaciones encubiertas bajo nuestras narices, sin que tuviéramos idea —confesó Toro—. Me pregunto si no habrá más grupos como este.

—De momento necesitamos concentrarnos en resolver el caso que tenemos por delante —sentenció el comisario—. La detección de este tipo de actividades no nos corresponde a nosotros. De cualquier manera envié un informe a los mandos para que canalicen una queja oficial a las autoridades bosnias por llevar a cabo un procedimiento encubierto sin solicitar nuestro permiso, ni colaboración. Además, ya lancé una alerta nacional para que los localicen y los detengan donde los encuentren.

—Lo más probable es que a estas horas se encuentren muy lejos de España.

—Tienes razón —reconoció Ortiz—. Beatriz, comunícate con el juez y pon en marcha los trámites para que nos ayude Europol.

—Yo diría que Jaso y sus colegas son nuestros mejores sospechosos —opinó Pedrera—. Después de todo, tenían buenos motivos para querer ver muerto a Vukovic, o como se llamara.

—¿Y para qué iban a matar también a la familia? —discrepó Salazar.

—Es posible que para satisfacer su venganza no fuera suficiente con eliminar a Acosta, sino que querían acabar con todos sus relacionados —insistió Miguel—. Además, dentro del grupo pudo haber alguien más entusiasta que se salió del carril.



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