Los forzadores del bloqueo by Jules Verne

Los forzadores del bloqueo by Jules Verne

autor:Jules Verne [Verne, Jules]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Relato, Aventuras
editor: ePubLibre
publicado: 1865-10-01T00:00:00+00:00


VI

EL CANAL DE LA ISLA SULLIVAN

Dos días después del encuentro con la corbeta, El Iroqués, sufrió El Delfín, a la altura de las Bermudas una violenta borrasca. En aquellos parajes son frecuentes los huracanes: tienen una fama siniestra. En ellos colocó Shakespeare las escenas de sus dramas La Tempestad, en el que Ariel y Caliban se disputan el imperio de las aguas.

El ciclón fue espantoso. Jacobo Playfair pensó un momento en recalar en Mainland, una de las Bermudas, donde tienen los ingleses una estación naval, lo cual hubiera sido un grave contratiempo; pero, afortunadamente, El Delfín se portó de una manera maravillosa durante la tempestad, y después de un día entero de luchar con el huracán pudo continuar su ruta hacia las costas norteamericanas.

Pero si Jacobo, Playfair estaba satisfecho de su nave, no lo estaba menos del valor y sangre fría de la joven. Miss Halliburtt pasó a su lado en el puente, las peores horas del ciclón, y el capitán, pensando seriamente en el caso, llegó a persuadirse de que un amor profundo, imperioso, irresistible, se había apoderado de todo su ser.

—Sí —se dijo—, esa valiente muchacha es la verdadera ama de mi barco. Me trae y me lleva como las olas a un buque sin gobierno. ¡Está visto que me voy a pique! ¿Qué dirá mi tío Vicente? ¡Ah! Debilidades humanas… Estoy seguro de que si miss Jenny me pidiera que echase al mar todo el cargamento de contrabando que llevo, lo haría sin vacilar ¡sólo por ella!

Afortunadamente para la casa Playfair y Compañía, miss Jenny no exigió semejante sacrificio. Sin embargo, el pobre capitán estaba tan bien prendido en las redes del amor, que Crockston podía leer en su corazón como en libro abierto y se frotaba las manos hasta levantarse la piel.

—¡Ya le tenemos, ya le tenemos! —⁠repetía, el fiel servidor⁠— y dentro de ocho días mi amo estará tranquilamente instalado a bordo en el mejor camarote del Delfín.

¿Cuando miss Jenny se dio cuenta de los sentimientos que inspiraba, se dejó llevar de ellos hasta el punto de corresponderlos? Nadie lo podría decir y Jacobo Playfair mucho menos. La joven manteníase muy reservada, bajo la influencia de su educación americana, y su secreto permaneció sepultado profundamente en su corazón.

A medida que el amor hacía tales progresos en el alma del joven capitán, El Delfín navegaba, con no menos rapidez hacia Charleston.

El 13 de enero el vigía señaló tierra a diez millas al Oeste. Era una costa baja que casi se confundía a lo lejos con la línea de las olas. Crockston examinaba atentamente el horizonte, y a las nueve de la mañana, señalando un punto luminoso, exclamó:

—¡El faro de Charleston!

Si El Delfín hubiera llegado de noche, aquel faro, situado en la isla Morris y elevando ciento cuarenta pies sobre el nivel del mar, hubiese sido visto desde muchas horas antes, porque la claridad de su fanal giratorio se percibe a una distancia de catorce millas. Determinada la posición del Delfín, Jacobo Playfair no tuvo que hacer más que una cosa: decidir por qué punto penetraría en la bahía de Charleston.



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