Los derechos del hombre de Thomas Paine by Christopher Hitchens

Los derechos del hombre de Thomas Paine by Christopher Hitchens

autor:Christopher Hitchens [Hitchens, Christopher]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Ensayo, Ciencias sociales
editor: ePubLibre
publicado: 2006-01-01T05:00:00+00:00


La ocupación de peluquero o de vendedor de velas de sebo, por no mencionar otras ocupaciones todavía más serviles, no puede ser motivo de honor para ninguna persona. Este tipo de personas no debe padecer opresión alguna por parte del Estado; pero el Estado es oprimido por ellas si a dichas personas se les permite que gobiernen, ya sea individual o colectivamente.[30]

Para que el efecto fuera completo, añadió a esto algunos versículos del Eclesiastés: «¿Cómo puede ser sabio el que tiene que manejar el arado y pone su gloria en esgrimir la aguijada, arreando a los bueyes y ocupándose de sus trabajos y siendo su trato con los hijos de los toros?». Esto quedaba muy lejos de aquellas otras «reflexiones», las de Thomas Gray en el cementerio de una iglesia rural al llegar el crepúsculo. Después de todo, parece ser que lo máximo que el reverendo Price había llegado a afirmar era que, gracias a la revolución de 1688, el pueblo había adquirido tres derechos básicos: «1. Elegir a nuestros gobernantes. 2. Destituirlos por su mala conducta. 3. Establecer un gobierno por nosotros mismos». Burke se propuso demostrar que no existían tales derechos y que el pueblo inglés estaba obligado por una especie de contrato orgánico de lealtad eterna.

En otros pasajes de sus Reflexiones, Burke daba un extraño viraje desde el autoritarismo cruel hasta el sentimentalismo lastimero. Describía sin rodeos a los simpatizantes de la revolución calificándolos de culpables de «sedición», un crimen que en aquella época se castigaba con mucha severidad, y hacía un llamamiento para que fueran silenciados por las autoridades. De algún modo que ninguno de sus biógrafos ha conseguido analizar, identificaba la autoridad apropiada con el principio masculino, y definía la «moralidad masculina» como algo opuesto a «la puerca multitud» (una de sus expresiones más celebradas). Sin embargo, su más elogiado vuelo retórico fue un panegírico al poder y al encanto totalmente arbitrarios de una mujer que ni siquiera era francesa: la frívola y caprichosa austríaca María Antonieta. No podemos dejar de citar este pasaje en su totalidad:



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