Los cuatro amigos de siempre by Gilberto Rendón Ortiz

Los cuatro amigos de siempre by Gilberto Rendón Ortiz

autor:Gilberto Rendón Ortiz [Ortiz Rendón Gilberto]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: F, Ediciones SM, Editorial SM
editor: SM de Ediciones S.A. de C.V.


La competencia

EN LA PLATAFORMA AÉREA de Juan Tonto, como la llamo yo, Julio revisa la silla voladora y se dispone a hacer algunos arreglos. Jack, que sabe hacer de todo, le ayuda mientras los demás, colgados de las ramas vecinas, los rodeamos curiosos con ganas de ayudar en algo.

—Son los últimos ajustes —dice Julio.

Hemos pasado una noche fenomenal. Primero, luego de mi providencial aterrizaje, cantamos a todo pulmón canciones marineras para opacar las canciones de pedir posada que nos llegaban de todos lados. Después, nos contamos cuentos de horror y nos metimos tanto miedo que acabamos los cinco muy juntitos. Al final hicimos planes para este día. De las seis a las siete, tomar yogurt con galletas; de las siete a las nueve, Julio y Jack van a hacer unos arreglos a la silla voladora; de las nueve a las diez debemos trasladarnos a la Unidad Deportiva para estar oportunamente en la competencia, que comienza a las once. También quedamos en que si ganábamos el primer lugar nos repartíamos el premio en partes iguales, pero si no alcanzamos más que el segundo lugar, entonces yo me podía quedar con todo el premio, una enciclopedia de la juventud, para mí solito.

Todo salía bien. Los arreglos al mamotreto volador lo harían más fácil de maniobrar, tomando en cuenta que yo no puedo usar los pies ni las piernas. Lo malo empezó cuando salimos de la finca y quisimos pedir un aventón para ir al centro de la ciudad. A pesar de que desmontaron las alas, de todos modos ocupábamos mucho espacio.

Por fin, casi a las diez y media, una combi del servicio colectivo nos hizo la parada y permitió que acomodáramos la silla y las alas sobre el techo. Allá arriba se fue Jack, para cuidarlas; los demás fuimos sentados en el interior. Nos bajamos a cuatro cuadras del deportivo. Teníamos que correr para llegar antes de las once.

Julio me cargó a mí y Karl se llevó la silla empujándola de modo experto con las alas sobre el asiento. Llegamos cinco minutos antes de la hora, cuando ya el oficial había cerrado el libro de inscripciones. No hubo problema para volver a abrirlo y apuntar a nuestro equipo. Quedamos registrados con el número 17, pero había más de treinta sillas de ruedas paseándose de aquí para allá.

Cuando me tocó firmar un papel que decía que contaba con el permiso de mis padres para participar en el evento y que eximía a los organizadores del mismo de cualquier responsabilidad en caso de lesiones o de un accidente, vi el nombre completo de mis amigos junto al mío; pero como yo firmo al revés, poniendo el cuaderno de cabeza, no pude leer más que Julio Gabriel U... o a lo mejor era V o Y.

—Pasen a ocupar el lugar de salida 17 —nos dijo el oficial.

La cancha de fútbol había sufrido una singular transformación y ahora era una especie de circo de tres pistas. Las tribunas del estadio estaban casi llenas, en especial de familiares de los concursantes.



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