Los caballos de Hitler by Arthur Brand

Los caballos de Hitler by Arthur Brand

autor:Arthur Brand [Brand, Arthur]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Crónica, Arte, Historia
editor: ePubLibre
publicado: 2019-01-01T00:00:00+00:00


* * *

De Fürstenried a Baldham había solo media hora de camino. Mientras el tren salía del túnel y aceleraba hacia su destino, pensé en algo que Hitler dijo alguna vez sobre los artistas que trabajarían para él: «Mis artistas vivirán como príncipes, no en buhardillas».

Y Thorak, sin duda, vivió como un príncipe. No solo recibió grandes sumas de dinero por las esculturas que le encargó el Tercer Reich, como los caballos del jardín de la Cancillería, sino también por el resto de su obra, que fue muy popular entre los nazis de alto rango. Hitler adquirió piezas de Thorak para su colección privada, incluyendo un busto de Nietzsche por el que pagó cincuenta mil Reichsmarks. Además, se le dieron todas las facilidades y materiales que podía necesitar para crear sus obras. Por ejemplo, Hitler ordenó que se construyera un estudio en el que Thorak pudiera hacer sus gigantescas esculturas en una sola pieza. En aquella época Thorak era profesor en la Academia de Bellas Artes de Múnich, por lo que buscó un lugar apropiado en sus inmediaciones y terminó encontrándolo en Baldham, a quince kilómetros de la capital bávara.

En la estación me esperaba Inge Müller, una mujer de expresión amistosa y franca, que al llegar me saludó con calidez. Era hija de Dieter Müller, quien había conocido personalmente a Thorak. Tiempo atrás había leído una conmovedora entrevista que le hicieron a Dieter Müller en la que hablaba de su juventud en Baldham; la verdad, me habría encantado conocerlo y hablar con él. Lamentablemente hacía seis meses que había muerto. Esperaba que su hija recordara algunas de las historias de su padre, de esas que nunca aparecieron en los periódicos. Le dije que su relato me había marcado profundamente. Cuando era niño, Dieter Müller llegó a ver a Hitler varias veces cuando este visitaba a su sastre para probarse sus uniformes nuevos, de preferencia pardos. Un amigo le avisaba de que el Führer iba de camino; los dos niños, entonces, se ponían a toda prisa sus uniformes de las Juventudes Hitlerianas y lo esperaban fuera de la casa del sastre. Cuando el chófer de Hitler abría la puerta trasera del Mercedes negro, Dieter y su amigo lo saludaban tal y como les habían enseñado, con el brazo derecho en alto. El Führer nunca les dirigió la palabra, pero el simple hecho de verlo ya era una experiencia sobrecogedora. Los demás chicos los admiraban, nadie más había estado tan cerca del líder.

Müller también había visto a menudo a Thorak. Le dijo a su entrevistador que sus amigos de las Juventudes Hitlerianas eran enviados a la estación local para recoger a chicas —chicas jóvenes— a las que llevaban al estudio del profesor, donde posaban desnudas para sus nuevas esculturas. Por las noches —contaba—, en el gigantesco estudio de Thorak se celebraban ruidosas fiestas a las que asistían oficiales nazis de alto rango. Hermosas camareras del Münchner Ratskellet, contratadas para la ocasión, servían la comida y las copas. Pasada la medianoche, circulaban con



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