Los buscadores de conchas by Rosamunde Pilcher

Los buscadores de conchas by Rosamunde Pilcher

autor:Rosamunde Pilcher [Pilcher, Rosamunde]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Romántico
editor: ePubLibre
publicado: 1987-01-01T05:00:00+00:00


XI. RICHARD

En el verano de 1943, Penélope Keeling, al igual que mucha otra gente, tenía la sensación de que la guerra había existido siempre, más aún, que continuaría siempre. Era una rutina fastidiosa: racionamiento y oscurecimiento, reemplazados por relámpagos ocasiónales de horror, terror o decisiones, pues los buques de guerra británicos desaparecían en el mar, el desastre estaba implantado en las tropas aliadas, o el señor Churchill hablaba por la radio para decir a todo el mundo lo espléndidamente que lo estaban haciendo.

Era como las dos últimas semanas antes de tener un niño, cuando una piensa que este niño nunca va a llegar y que se va a quedar imponente como el Albert Hall para el resto de sus días. O como estar en medio de un túnel muy largo y curvilíneo en un tren, con el brillo del día atrás y sin que sea todavía evidente el fino destello de luz al final del túnel. Sobre ello nadie tiene la más ligera duda. Pero el intervalo está oscuro. Uno se limita a andar dando un paso cada vez, enfrentándose a los problemas diarios de alimentar a la gente, tenerla caliente, ver que los niños tengan zapatos e intentar que la estructura de Carn Cottage no caiga en el abandono y se desmorone.

Tenía veintitrés años y a veces pensaba que, a excepción de la película de los fines de semana en el pequeño cine abajo en el pueblo, no había nada de lo que alegrarse de antemano. Ir al cine se había convertido casi en un culto para ella y Doris. Nunca se perdían una sola sesión. Nada selectivas, se sentaban ante cualquier cosa que les pusiesen delante, simplemente para evadirse, aunque sólo fuera por un par de horas, del tedio de su existencia. Al final de la sesión, después de haberse puesto en pie para escuchar debidamente el estropeado disco Dios salve al rey, salían a la completa oscuridad de la calle dando traspiés, aturdidas por la excitación o inundadas de sensaciones, y se encaminaban hacia casa, cogidas del brazo y riéndose tontamente; tropezando en los bordillos y subiendo, bajo la luz de las estrellas, las empinadas calles que conducían a casa.

Como Doris decía invariablemente, suponía un pequeño cambio.

Así era. Penélope imaginaba que algún día este limbo gris de la guerra terminaría, pero resultaba difícil de creer. Poder comprar bistecs y mermelada de naranja; no tener miedo de escuchar las noticias; dejar las luces encendidas sin peligro de un bombardeo fortuito o el torrente de injurias del coronel Trubshot. Pensaba en la posibilidad de volver a Francia, en coche hacia el sur, hacia las mimosas y el tórrido sol. Y en campanas, tocando desde campanarios hasta entonces enmudecidos, no para advertir de una invasión sino para celebrar la victoria.

Victoria. Los nazis derrotados, Europa liberada. Los prisioneros de guerra, amontonados en campos de toda Alemania, volverían a casa. Los militares serían desmovilizados, las familias se reunirían de nuevo. Esto último era su propia y personal piedra de choque. Otras esposas



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