Los íntimos by Marta Sanz

Los íntimos by Marta Sanz

autor:Marta Sanz
La lengua: spa
Format: epub
editor: Editorial Anagrama
publicado: 2024-08-02T00:00:00+00:00


Para Manuel, un hombre que parece de pocas palabras

y, sin embargo, las tiene casi todas

No recuerdo exactamente cuándo conocí a Manuel. Puede que fuera en un aula de la Universidad Popular con Concha Lobejón. Puede que ella me hubiese invitado para hablar de Daniela Astor y la caja negra y por allí anduviese un hombre afilado, con cara de listo y sonrisita, que me preguntó sobre la conveniencia del lenguaje inclusivo. Y puede que la pregunta no me la dirigiese exactamente a mí, sino que fuese un amable pellizco retórico hacia Concha. Pero no podría asegurarlo. Porque la memoria tiene estas cosas tan extrañas: está la bruma y, luego, dibujándose contra ella, aparecen unos perfiles nítidos, muy nítidos, basados en la sensación y el detalle. De ese fogonazo, que no estoy segura de haber vivido, permanece la impresión de que Manuel me cayó de maravilla. La intuición de que era un tipo exigente me hizo sentir el privilegio de su compañía.

Porque siempre que he ido a Palencia, allí ha estado Manuel Manrique. Para elegir el mejor vino después de la presentación, para sorprenderme con sus lecturas, para mostrarme lo tonta del haba y lo prejuiciosa que puede llegar a ser una señora como yo, porque ¿quién iba a pensar que un lector como Manuel se escondía en Astudillo? El campo, la lectura, se concilian en Manuel a través del concepto de cultivo. En alguna de mis visitas a Palencia, Manuel me ha pedido recomendaciones literarias. Yo me ponía en plan metralleta: «Lee a Lina Meruane, lee a Mariana Enríquez, lee a María Fernanda Ampuero, lee, lee, lee...». Pero Manuel ya se las había leído a todas y me explicaba por qué sí o por qué no. Joder con Manuel... (...) En Palencia casi siempre presenta mis novelas Concha Lobejón, pero recuerdo aún los comentarios de Manuel sobre Farándula. Me dijo que las frases tenían tal densidad y tal concentración de ideas que había que leerlas muchas veces para corroborar que lo leído era efectivamente lo que habías creído leer porque, además, eso que habías creído leer era una salvajada. Ese día quise mucho a Manuel. Por su finura. Le quise igual que le quise cuando después de la presentación de Persianas metálicas bajan de golpe le preguntó a Chema, mi marido: «Oye, y tú a esta, ¿qué le echas de comer?». Manuel es una combinación de exquisitez y espíritu silvestre que sintoniza conmigo. Me fío de Manuel. Me hace reír. Me enseña. Es un castellano ilustrado. Un socarrón.

Un hermano de Manuel conoce de siempre a Arantza, la hermana mayor de mi amiga Elvira. Llego a Isaac por José Manuel Cendón, un alumno que me llamaba Martiña. Todo en menos de seis pasos. Las malokas cuidan de mí hasta que me encuentro con Isaac y Javier en Colonia. Como si estuviera haciendo un Interrail y ya fuese demasiado tarde para mí. No sé alemán –tampoco– y los compartimentos para dejar el equipaje son demasiado altos. Soy una señora de cincuenta y cuatro años que pesa cuarenta y siete kilos, y mide uno cincuenta y ocho.



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