Lobo de invierno by N. M. Diaz

Lobo de invierno by N. M. Diaz

autor:N. M. Diaz
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Ciencia ficción
publicado: 2016-07-23T22:00:00+00:00


***

—M

i señor, estamos cerca, veo algo que se mueve a lo lejos… es una carreta, mi señor —dijo el hombre que estaba a la derecha de Hamir.

—Bien… entonces es hora. No quiero a nadie con vida… sólo me interesa el hombre que nos describieron en Angora.

—Sí, mi señor.

Los jinetes comenzaron a galopar al encuentro con la carreta. La ansiedad de Hamir le nublaba la mente, sólo pensaba en llevar a este hombre ante su padre; vivo o muerto; sin pensar en las dificultades que podrían tener para entrar en el pueblo. Hamir sonrió cuando el más grandote, al que había designado como su teniente, le explicó sus preocupaciones. Hamir le preguntó si lo creía tan estúpido cómo para entrar con sólo diez hombres a un pueblo para tratar de matar a todo el mundo, el hombre negó con la cabeza, y Hamir le dijo que tenía una idea mejor. En el pueblo antes de llegar a Al-Hayrie, compraron todo el aceite que podían cargar; les explicó que la mejor manera de crear la confusión en el pueblo era quemándolo, haciendo que sus habitantes corrieran como gallinas sin cabeza. Y una vez que las primeras casas comenzaran a arder, ahí entrarían ellos para terminar con el trabajo.

Se estaban acercando a la carreta, cuando el cochero los saludó agitando la mano. Hamir les ordenó a sus hombres que no hicieran nada, aún. Se pusieron a la par de él. Se bajó del caballo acercándose a la pareja, con una amplia sonrisa.

—Salaam, mi buen amigo ¿Vienen de aquél pueblo? —dijo señalando con la mano.

—Salaam, mi señor, así es. Acabamos de partir, camino a Sivas.

—Es una pena… —dijo Hamir—. No conocen por casualidad a alguien llamado… ¿Alex Winters? —miró al hombre y luego a la mujer.

—Lo lamento, mi señor, pero solo vine para recoger a esta mujer, no soy del pueblo.

—¿Y usted? —dijo mirándola inquisitivamente a ella. La mujer negó con la cabeza, sin mirarlo directamente. Parecía nerviosa.

—Ya veo… —Hamir se acercó a los caballos, acariciando sus crines. La mujer comenzó a ponerse más impaciente. Cosa que Hamir había notado desde un principio.

—Como dije, es una pena…

—¿Y eso por qué? —preguntó ignorante el cochero.

Hamir se subió nuevamente a su caballo, siempre sonriéndole al cochero, que lo miraba con interés.

—¿Por qué es una pen…? —La cabeza del cochero cayó al piso con un sonido hueco. La sangre salió a borbotones del cuerpo convulsionante sin vida, que tardó varios segundos en frenar su caudal, hasta que el cuerpo se unió a su extremidad faltante en la tierra. El rostro de la mujer estaba cubierto de sangre, y solo se veían dos enormes ojos muy abiertos; dilatados; que temblaban frenéticamente en sus órbitas. El primer intento por gritar fue fallido, y sonó más cómo alguien que se ahoga con su propia saliva cuando está por decir algo. Hamir sacudió su espada, para quitar el excedente de sangre. Luego bordeó a los caballos ante la atenta mirada de la mujer, que no paraba de temblar en el lugar, alterada por el miedo.



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