Libertad o igualdad by Erik von Kuehnelt-Leddihn

Libertad o igualdad by Erik von Kuehnelt-Leddihn

autor:Erik von Kuehnelt-Leddihn [von Kuehnelt-Leddihn, Erik]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Ensayo, Ciencias sociales
editor: ePubLibre
publicado: 1953-01-01T00:00:00+00:00


3. EL ESTADO Y EL PECADO ORIGINAL

Al abordar la importante cuestión de si el Estado, según lo hemos definido, está condicionado por el pecado original, lo primero que hemos de hacer es analizar detenidamente las consecuencias inmediatas de la primera caída. La Iglesia nos enseña que el hombre fue despojado de sus dones extraordinarios y debilitado en su naturaleza[607], «spoliatus gratuitis et vulneratus naturalibus». Así enumera por ejemplo, entre los dones perdidos, la vida eterna sobre la tierra requerida por un cuerpo naturalmente perfecto. Por la nueva presencia de la muerte, el tiempo adquiere para el hombre el significado que en general posee para nosotros («bien terreno» y también «moneda»). Un cuerpo perfecto, inmortal, que no envejezca, con un cerebro perfecto como instrumento acabado del alma, reclama una serie de formas de existencia radicalmente diversas de las nuestras.

Ahora bien, no hay duda de que Santo Tomás y la mayor parte de los grandes teólogos, excepto San Agustín[608], opinaron que aun sin el pecado original no se habría eludido en el Paraíso la existencia del Estado; para el Aquinatense el hombre es no sólo «animal sociable», sino también «politicum»[609]. Se afirma con frecuencia que San Agustín y, siguiendo sus huellas, Gregorio VII profesaron la opinión de que el Estado no era consecuencia del pecado original. Sin embargo, esta afirmación repetida por O. v. Gierke[610] ha sido refutada con precisión suma por O. Schilling[611]. Lo dicho no significa que ningún teólogo se atreviese a sostener la tesis contraria a la que acabamos de señalar como más extendida; pero tal tesis fue el parecer de una minoría[612]. La situación es distinta en la teología protestante. Así, Lutero parece estar convencido no sólo de que el Estado es una consecuencia automática del pecado original, sino también de que tiene el carácter de «pena accesoria[613]». Como es natural, hay que rechazar absolutamente tal punto de vista. No es necesario llamar de manera especial la atención sobre el hecho de que esta doctrina se basa en un maniqueísmo oculto, que quizá explique también el dualismo genuinamente luterano de ética privada y ética política.

Si consideramos con atención, «sine ira et studio», el campo de actividades del Estado, tal como lo conocemos, dudamos sinceramente de que hubiese podido desempeñar en el Paraíso una función efectiva. Porque, ¿cuáles son las tareas del Estado? La guerra, la vigilancia de la salud pública, la legislación social, la administración de justicia, la inspección de fábricas y cementerios, la regulación del tráfico, la constitución de comisiones examinadoras, la policía criminal, el régimen penitenciario, etc. En relación con esto hemos de señalar que Ortega y Gasset consideraba muy acertadamente el automóvil como símbolo de la mortalidad humana. Pues si poseyéramos un cuerpo inmortal podríamos ir a pie tranquilamente de Lisboa a Constantinopla o a Shangai. (De ahí la relativa indiferencia ante el tiempo en las culturas condicionadas por lo religioso; piénsese, por ejemplo, en el «mañana» español, el «domani» italiano y el «zavtra» ruso). Aun cuando se hubiesen fabricado automóviles en un Edén eterno,



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