Lealtad y escándalo by Raquel Arbeteta García

Lealtad y escándalo by Raquel Arbeteta García

autor:Raquel Arbeteta García [Arbeteta García, Raquel]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Romántico, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 2023-12-19T00:00:00+00:00


21

A Alisa le preocupaba que no cumpliera el trato. Por eso se aseguró hora tras hora que las botellas de alcohol del salón sur se mantenían intactas.

Algunas de las ocasiones en que se asomó por la puerta, pilló a Ezra leyendo o recostado en el sofá. Sucedía lo mismo cada vez: él le lanzaba una mirada divertida, como si la retara a decir algo. Luego Alisa comprobaba de un vistazo que la alacena no se había abierto y la altura de los licores seguía siendo la misma, alzaba el mentón y se marchaba para seguir trabajando. Al hacerlo, trataba de controlar el rojo de sus mejillas, aunque no siempre resultaba tarea fácil.

Inexorable, el tercer día llegó y acabó. Los dos cenaron como era habitual, solos, y Alisa devoró la tarta de menta mientras Ezra hacía lo propio con la de manzana. Percibió que ya no ponía cara de dolor al levantar el brazo izquierdo y que estaba más bronceado que el día en que le había conocido.

En general, y a pesar de su mal humor, estaba claro que a Ezra MacLeod le sentaba bien trabajar, aunque fuera en contra de su voluntad.

—Ya solo quedan cuatro días para que llegue el ejército —⁠pronunció él desde el otro extremo de la mesa⁠—. ¿Nerviosa?

—No.

—No mientes tan bien como crees.

—Tu pregunta era tan obvia que tampoco es que necesitara una respuesta.

El conde se llevó una mano al corazón.

—Touché.

Después alzó la copa desde la cabecera opuesta de la mesa y fue en ese instante cuando Alisa se dio cuenta.

—¿Eso es vino? —le preguntó indignada. Ezra asintió como si fuera una pregunta obvia y su mujer hubiera perdido la cabeza⁠—. ¡Increíble! Dijimos tres días.

—Y han pasado tres días.

—Todavía no es jueves. —Alisa señaló el reloj de pared a un lado⁠—. Todavía es el tercer día.

—¿Qué te crees, el tirano de Dag con la hora de entrada de sus empleados? Prometí permanecer tres días sobrio y han pasado exactamente setenta y cinco horas y cuarenta minutos desde que sellamos nuestro trato.

Luego dio un sorbo a su copa. Alisa sabía que con ese gesto estaba retándola a hacer lo mismo o bien a seguir discutiendo, así que utilizó en su lugar la campanilla de plata del servicio para llamar al lacayo.

—Duncan, por favor, ¿puede traernos el reserva de 1831?

—Buena elección, mi señora.

Ezra soltó un silbido de admiración en cuanto el sirviente desapareció.

—Ya que vas a hacer trampas, hazlas bien —⁠repuso Alisa con sequedad.

—No son trampas, querida. Hicimos un trato y lo he cumplido.

—Pues entonces brindaré por tu primer éxito y por el hecho de que no quieras repetirlo.

MacLeod se quedó con la mano congelada, a punto de rozar sus labios con el borde de la copa. Acabó por bajarla, despacio, hasta posarla otra vez sobre la mesa.

Sin moverse un milímetro, ambos esperaron en silencio a que el criado volviera.

—Disculpe las molestias, Duncan, pero la condesa ha cambiado de opinión —⁠pronunció Ezra con voz gutural en cuanto el lacayo regresó⁠—. Todavía no desea abrirla.

—Muy bien, milord.

El sirviente se marchó con la misma eficiencia.



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