Las puertas de la noche by Alejandro Gándara

Las puertas de la noche by Alejandro Gándara

autor:Alejandro Gándara
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Drama
publicado: 2013-08-09T22:00:00+00:00


Poco después de regresar de Liébana. Una conversación con mi hija Julia mientras cenamos y aún no hemos decidido encender el televisor. Es difícil hablar con un hijo y, aunque otra sea la fama, tan difícil como que el hijo hable con el padre. Siempre está la parrilla televisiva para aliviar la tensión, una tercera vía, un tertium non datur.

En este momento tiene veintiún años, está haciendo la carrera de diseño de moda y el año que viene se instala en París para continuar los estudios y trabajar en prácticas para una firma de ropa francesa. Ha dado algunos tumbos antes de llegar a esta vocación, actriz, dependienta, Londres... Con todo, persiste en ella la niña que fue a ver a su joven amigo al tanatorio de Torrelodones. Hay en su carácter frivolidad y metafísica en proporciones similares, lo que la vuelve tan curiosa como desconcertante.

Cuando era pequeña estaba obsesionada con dibujar hadas y princesas. Todas las niñas lo hacen, sospecho, pero en ella resultaba compulsivo. Las maniquíes que dibuja ahora son increíblemente estilizadas y sus vestidos tienen un halo feérico. Se ve que el otro mundo la visita en éste de la confección textil. Son pequeñas obras de arte que obtienen reconocimiento entre los profesionales. Puede que acabe pintando y lo de la moda forme parte del impulso.

—Hoy, uno de Comptoir des Cotonniers, que ha visto mis dibujos, me ha dicho que yo no pintaba vestidos, sino almas. Le contesté que siempre había dibujado así. ¿Qué es el alma, papá?

—Ni idea.

—¿Pero existe?

—Supongo.

—¿No tienes ni idea, pero supones que existe?

—Intento comer. Te contesto con lo primero que se me viene a la cabeza. ¿No te has dado cuenta?

Engulló y volvió a la carga. Y también en esto los hijos son iguales a los padres: un elevado nivel de indiferencia auditiva. Bueno, le seguí la corriente.

—Cuando era pequeño, la imaginaba como un filete de ternera que, cuando nos moríamos, salía volando.

—Y no es eso...

—Vete tú a saber. Las intuiciones infantiles son más exactas de lo que parece.

—¿Hablamos en serio?

—Un tipo al que leí una vez decía que llamábamos «alma» a nuestra emocionalidad profunda.

—¿Y qué significa eso?

—Tiene toda la pinta de ser una definición para acabar pronto.

—No la entiendo.

—Ni yo. Ni probablemente él. Pero lo profundo es lo que está bajo la superficie. O sea, no se trata de las emociones que se ven.

—Entonces es lo que no se ve —dijo con la misma cara de interés que de perplejidad.

—De lo que no se ve. Has dado en el clavo.

—Luego somos algo que no vemos.

—Un montón de cosas.

—Por ejemplo...

—Por ejemplo, no veo por qué me estás dando la lata de esta manera.

—Papá...

Tragué el bocado que no acababa de despachar, y suspiré:

—No soy un especialista en el asunto, ni siquiera puedo decir que le haya dedicado mucho tiempo, ¿vale?

—Vale.

—Tenemos que imaginar una balanza. En un platillo está lo que creemos que somos, lo individual, los individuos que creemos que somos. Ahí debemos poner las cosas que nos han pasado, nuestros gustos y deseos,



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