Las Playas Del Espacio by Richard Matheson

Las Playas Del Espacio by Richard Matheson

autor:Richard Matheson
La lengua: es
Format: mobi
Tags: Ciencia Ficción
publicado: 2010-01-04T08:28:02+00:00


EL INVASOR

Al entrar en la sala, dejó la maleta en el suelo.

–¿Cómo estás? – preguntó.

–Muy bien -respondió ella, con una sonrisa.

Le ayudó a quitarse la chaqueta y el sombrero, y guardó todo en el armario.

–Después de pasar seis meses en Sudamérica, este invierno de Indiana me parece mucho más frío.

–Seguro -asintió la mujer.

Pasaron al living, caminando abrazados. Él preguntó:

–¿Qué has estado haciendo?

–Poca cosa -respondió ella-. Pensando en ti.

La estrechó, sonriendo.

–Eso no es poca cosa.

La sonrisa de su esposa vaciló por un instante, pero regresó; y su mano oprimió con fuerza la de él. De pronto, aunque él no lo notó en el primer momento, se había quedado sin palabras. Aquel reencuentro ofrecía evidente contraste con el que él imaginara tantas veces. Su esposa sonreía y levantaba los ojos hacia él cada vez que le hablaba, pero aquélla era una sonrisa vacilante, y su mirada parecía huirle en los momentos en que más necesitaba su atención.

Ya en la cocina, ella le sirvió la tercera taza de café -caliente y fuerte- y se sentó frente a él.

–Esta noche no voy a dormir -dijo el marido, con una amplia sonrisa-, pero no importa.

La única respuesta fue una sonrisa forzada. Él se quemó la garganta con el café, y notó entonces que su esposa no había probado siquiera la primera taza.

–¿No tomas tu café? – preguntó.

–No…, ya no tomo.

–¿A dieta, o algo así?

–Más o menos -respondió ella.

–Es una tontería. Tienes una silueta perfecta.

Ella pareció a punto de decir algo, pero vaciló. El marido dejó la taza.

–Ann, ¿qué te…?

–¿Qué me pasa? – completó ella.

Bajó los ojos, mordiéndose el labio inferior, y apoyó las manos entrelazadas sobre la mesa. Cerró entonces los ojos, y él tuvo la impresión de que trataba de aislarse, para no enfrentar algo tremendo e irremediable.

–¿Qué pasa, querida?

–Creo que lo mejor será… decírtelo directamente.

–Por supuesto, tesoro -la incitó él, ansioso-. ¿Qué ocurre? ¿Pasó algo durante mi ausencia?

–Sí… y no.

–No comprendo.

De pronto, ella le miró a los ojos. Su expresión atormentada le hizo estremecer.

–Voy a tener un hijo -expresó.

Él estuvo a punto de gritar “¡Es maravilloso!”. Estuvo a punto de brincar, de abrazarla, y de bailar con ella por toda la cocina. Pero de pronto comprendió y se puso pálido.

–¿Cómo? – preguntó.

Ann no respondió, sabiendo que él había oído muy bien.

–¿Desde… cuándo lo sabes? – inquirió él, mirándola a los ojos.

Ella tomó aliento, y el esposo adivinó que la respuesta no sería la debida. No lo fue.

–Desde hace tres semanas.

Aquello le dejó atónito. Durante largo rato la miró sin decir nada, revolviendo el café sin darse cuenta. Por último tomó conciencia de lo que hacía, y retiró la cuchara para posarla en el plato. Trató de decir algo, pero le era imposible: las palabras parecían enredarse en sus cuerdas vocales. Al fin, rígido, con voz débil e inexpresiva, preguntó:

–¿Quién es?

Los ojos negros de Ann seguían clavados en los suyos; tenía el rostro ceniciento y los labios le temblaron al responder.

–Nadie.

–¿Qué?

Ella comentó con cautela:

–David yo… -dejó caer los hombros y repitió-. Nadie, David. Nadie.

La



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