Las invisibles : ¿por qué el Museo del Prado ignora a las mujeres? by Peio H. Riaño

Las invisibles : ¿por qué el Museo del Prado ignora a las mujeres? by Peio H. Riaño

autor:Peio H. Riaño [Riaño, Peio H.]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Ensayo, Arte
editor: ePubLibre
publicado: 2020-03-01T00:00:00+00:00


09

DISFRAZ HOMOSEXUAL

Diana y Calisto

de Jean-Baptiste-Marie Pierre, en 1745-1749

Disfruta y se retuerce de placer. No parece que esté siendo violada, a pesar de que fue violada. El pintor prefirió una mujer entregada a las caricias y al magreo sin concesiones, abierta al deseo desatado y compartido. Ocultó que fue forzada. Esa mujer, según el mito, debería resistirse, forcejear y tratar de escapar de su violador transformado en mujer. Pero, a pesar de que ella es una mujer fuerte, no trata de librarse de él. No es su amante. No lo desea. No ha consentido. Se ha negado. Pero nada va a detener al agresor. Esa mujer que complace y colma, que recibe y disfruta, no quiere estar ahí, en el bosque donde se ha parado a descansar. Pero Jean-Baptiste-Marie Pierre (1714-1789) niega la situación y compone una escena de amor lésbico que no tendrá consecuencias para el depredador, pero sí para la víctima, que quedará embarazada, será insultada, avergonzada y expulsada de su grupo; dará a luz, no tendrá voz para denunciar y será desterrada y condenada a la invisibilidad. Todo eso es lo que no ve, todo eso es lo que el autor del cuadro ha escondido, porque lo único que le interesa de este cruel capítulo de las Metamorfosis de Ovidio (43 a. C.-17 d. C.) es utilizar el pasaje de la violación de la ninfa Calisto por Júpiter transformado en Diana, la diosa de las ninfas, para montar una escena de porno-rococó entre dos mujeres y no ser censurado por ello.

Jean-Baptiste-Marie Pierre fue un pintor, grabador y dibujante, prolífico en sus estilos y sus intereses, con cuadros de historia, pintura religiosa, escenas de género y mitologías. Hijo de un acomodado joyero, fue director de la Real Academia de Pintura y Escultura, primer pintor de Luis XVI y máquina de apastelar los ánimos y los efectos, de esconder lo más dramático, camuflar las miserias, maquillar la cara menos amable de la sociedad y convertir cualquier tensión en pura decoración. Alma de pastel, cuerpo rococó.

Así que esta sensualidad de las carnaciones y la delicadeza de las miradas no son más que una tergiversación de la leyenda original. Una mentira producto de las apetencias masculinas, al gusto del consumidor de su época. Hoy podría verse como una reivindicación homosexual, transexual o, incluso, bisexual. Una celebración del amor sin ataduras ni convencionalismos entre dos mujeres. Es un grave error. Bajo esos cariños y esas sonrisas, bajo esa boca entreabierta de la víctima que deja asomar su lengua, hay pura y dura represión. Puro exhibicionismo de la sensualidad femenina apropiada. Esos dos personajes femeninos no están ahí celebrando la libertad de su diferencia, sino la libertad de su creador para hacer con ellas lo que quiera. Dominarlas. La normalidad del pintor es lo que le permite erigirse en domador de la diferencia más apetecible (dos mujeres magreándose, el sueño más húmedo del patriarcado). El pintor sirve la diferencia al gusto del consumidor, es decir, en pleno acto sexual. En el acaramelado menú rococó la homosexualidad masculina no existió.



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