Las hadas del mar I by Josep Feliu i Codina

Las hadas del mar I by Josep Feliu i Codina

autor:Josep Feliu i Codina [Feliu i Codina, Josep]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Relato, Fantástico
editor: ePubLibre
publicado: 1877-12-31T16:00:00+00:00


XXV.

ALIANZA.

—Genaro —dijo el vizconde, después de escuchar atentamente la relación del mozo capriano—, es indispensable que nuestro juicio se serene para llegar a la descifración de tantos enigmas como nos rodean. Bien lo ves, tu destino y el mío, el de la pescadora de Capri y el de la rica doncella veneciana, se hallan sometidos a una misma influencia, ignorada y sobrenatural. Yo creí haberte separado de mi senda, al abandonarte en las rocas de tu isla natal, por tu parte concebiste igualmente la idea de haberte desligado de los sucesos de tu vida pasada, amando a una mujer que ninguna relación tenía con ella, y al cabo de revolver por mil distintos y apartados senderos, nos hallamos otra vez el uno junto al otro, confundidos en el misterio de un común e impenetrable arcano.

—Es verdad —pronunció Genaro—. Proseguid.

—Pues bien. A mí me asistía el convencimiento profundo de que ese misterio entrañaba la resolución del problema doloroso que se refiere a Angiolina. En este momento, me persuado igualmente de que en él se oculta del mismo modo, la clave de tu felicidad en el amor de Virginia. Nos hallamos a la puerta del oráculo, cuyas revelaciones han de conducirnos al término que perseguimos, a mi, dándome el arbitrio para poner en el pecho de Angiolina la pasión que le falta, a ti, el de reducir en el alma de Virginia, la pasión que la sobra. Cierto, que una vez concebida y afirmada esta creencia, nuestra reflexión se detiene indecisa, porque no acierta con la forma de descorrer el velo que al llegar aquí se la presenta, el genio poderoso y desconocido que dirige nuestros sucesos, no nos acude, ni sabemos nosotros como evocarle, ni el oculto lugar donde le busque nuestro afán. Pero no nos desesperemos, reduzcámonos a aguardar, y fiémonos en la promesa que sobre las olas del mar Tirreno, te dejó entrever la Hada de las Algas, cuando te dijo…

—¡Id a Venecia! —interrumpió Genaro.

—A Venecia hemos venido: lo prodigioso nos rodea y acompaña, desde que en ella estamos… ¿No será todo cuanto nos acontece, que se estén desligando, sin percatarlo nosotros, los hilos del complicado nudo que tiene sujeta la suerte tuya y la mía, la de Angiolina y la de Virginia?… Ya nos hallamos en el término de una de las cuestiones que nos afectaban: ya no somos rivales. La pasión de tu alma se ha convertido a Virginia, mientras que la mía por la pescadora de Capri, se mantiene constante y entera. Aliémonos, y ofrezcámonos mutua ayuda. Toda nuestra tarea se reduce a observar minuciosamente, cada uno por su lado, para sorprender la menor señal de revelación, para rastrear sin descanso por entre la maleza hasta descubrir el principio de una senda. ¿Quieres acceder a mi propuesta de alianza?

—Aliémonos —dijo el mozo gondolero.

Y las manos de los dos antiguos rivales se estrecharon, concluyendo así en amistad, aquella escena que comenzó con tan fieros preludios.

—Conviene que nos veamos con frecuencia —prosiguió luego el vizconde—. Yo vendré a



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