Las estrellas del Sur by Julien Green

Las estrellas del Sur by Julien Green

autor:Julien Green [Green, Julien]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Realista
editor: ePubLibre
publicado: 1989-01-01T00:00:00+00:00


Capítulo XCIII

Al día siguiente por la mañana, ella y Laura partieron temprano; pese a todas las decisiones que habían tomado, Hargrove no pudo dejar de besar a su hija, sin que por ello le dirigiera una palabra. Frank estaba allí, trastornado por aquella partida que no comprendía. Laura se arrojó a sus brazos llorando:

—Ruega por mí —le dijo al oído.

La pequeña ciudad que le habían indicado a miss Llewelyn se encontraba a algunas miles de Macon. Una sociedad de damas protestantes, muy parecidas a religiosas, ocupaba una especie de hospicio en el que sólo eran recibidas personas suficientemente recomendadas y que, por cualquier razón, necesitaban ser atendidas.

Una casa cómoda, rodeada de un jardín, fue alquilada a la salida de la ciudad, totalmente apartada. Paseos a pie por los bosques y en coche por el campo, facilitaban algo aquella vida que se parecía a un exilio, pero la galesa conocía el arte de distraer y, en la medida de lo posible, de consolar.

Llegaron los días críticos en los que la extrema fatiga de Laura obligó a llevarla donde las damas protestantes. Se le dio la habitación más hermosa y Maisie Llewelyn escribió a William Hargrove.

Éste llegó dos días después. Laura sufría mucho. No sin un gran esfuerzo para dominarse y parecer humano, él se sentó a la cabecera y miró a su hija con bondad. Ella le devolvió la mirada con una sonrisa y le agradeció el haber venido.

—Mi pequeña niña —dijo—, que esta prueba te sea saludable. Dios te ha perdonado, lo sé.

—Pero, papá, si no he hecho nada malo.

Él sonrió, se levantó y salió. En una habitación contigua, encontró a Maisie Llewelyn que le esperaba.

—Es increíble —dijo—, levantan un muro de mentiras a mi alrededor. Conmigo, que no vivo más que para la verdad…

—William Hargrove —susurró claramente Maisie Llewelyn—, que el diablo os lleve y os guarde.

Y dio media vuelta.

Betty y Maisie Llewelyn se turnaban a la cabecera de Laura, que se agitaba en la cama y no podía contener los gemidos. Las horas decisivas no llegaban aún y, a veces, la joven, vencida de fatiga, se dormía.

Fue durante uno de estos momentos de respiro que Hargrove apareció de nuevo. Tuvo la satisfacción de constatar que Laura estaba sola con Betty. Con un dedo sobre la boca, se acercó a su hija dormida y la miró. Con el rostro marcado por el sufrimiento, seguía siendo bella, de una belleza trágica. Los ojos de Hargrove se volvieron cada vez más atentos. Durante el largo y penoso viaje desde la plantación hasta Jamaica, ya había observado algo de lo que no había dicho nada.

Esta vez, apartó suavemente el cuello del amplio camisón que cubría el pecho de Laura. De inmediato, Betty se incorporó, extendiendo un brazo como para impedir que siguiera adelante, pero él la apartó con un gesto enérgico.

No habiendo visto lo que esperaba ver, alargó la mano hacia la mesita junto a la cama y abrió el cajón. El aderezo de esmeraldas se encontraba allí y, sin dudar, lo



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