Las confesiones a medianoche de Constance Kopp by Amy Stewart

Las confesiones a medianoche de Constance Kopp by Amy Stewart

autor:Amy Stewart [Stewart, Amy]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Policial
editor: ePubLibre
publicado: 2016-12-31T16:00:00+00:00


29

A Minnie le habían asignado una cama que estaba justo en el centro del dormitorio, lo que equivalía a decir que, hiciera lo que hiciera, la estaría observando la chica de la cama contigua. Por fin, decidió hacerse un ovillo, tiró de las mantas para taparse la cabeza e intentó, sin éxito, apartar los recuerdos de aquellos últimos días en Fort Lee, cuando todo salió mal.

¿Qué culpa tenía ella de sentirse sola? Ya antes de Navidad, Tony empezó a ir menos por el cuarto. Minnie se había dado cuenta de que estaba cansado de ella. Y, para ser sinceros, lo más probable es que ese hastío le entrara después de la primera noche. Nada más conocerlo, Minnie supo que a Tony le gustaba pasárselo bien con las chicas, pero que no sentaría la cabeza con ninguna.

Aun así, la ayudó, estampó su firma en el contrato de alquiler y se hizo pasar por su marido. Volvía al cuarto con la suficiente frecuencia como para que aquello le resultara verosímil al casero, y le bajaba el dinero del alquiler una vez al mes, aunque bien poco era la parte que aportaba él. Por lo demás, Tony mostraba escaso interés en tener una relación duradera con Minnie.

¿Qué más daba eso? Había otros hombres. Y Minnie se dio cuenta enseguida de que los chicos de Park Avenue que subían a Catskill a pasar el verano no eran tan distintos de los dentistas y abogados de Fort Lee. Solo querían un poco de compañía.

Eso explicaba la sonrisa torcida del hombre que esperaba a la salida del telar de yute la tarde aquella. Era vendedor ambulante, y ofrecía por las fábricas una gama nueva de juntas y correas. Acababa de recalar en el telar, y estaba preguntándose dónde ir a cenar cuando Minnie se dio de bruces con él.

Soltó aquello de que Minnie se parecía a una amiga de su hermana con toda la naturalidad del mundo. Y resulta que Minnie, por su parte, conocía un restaurante muy tranquilo a las afueras de la ciudad. Así empezó todo.

Minnie podía con ello. No era muy distinto a lo que había hecho en Catskill. Las chicas del pueblo no le daban demasiada importancia a irse a cenar con un desconocido, o a aceptar entradas para ir al teatro de parte de un admirador. Y ¿a santo de qué iban a dársela, si no tenían un centavo en el bolsillo? ¿Cómo si no iban a conocer a nadie, o salir por ahí a divertirse? Sus madres tenían ideas anticuadas sobre los bailes y las reuniones con los parroquianos de la iglesia, que no costaban nada de dinero: valía con un vestido y una entrada al baile; pero eso ya no lo hacía nadie. La gente salía a pasárselo bien en público. Y pasárselo bien costaba dinero. Los chicos lo tenían; las chicas, no: sobre todo en Catskill, donde los padres se quedaban con lo poco que ellas ganaban en las fábricas textiles. Tan sencillo como eso.

Minnie ya no se acostaba con hambre, y a veces, tampoco sola.



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