Las compañías convenientes y otros fingimientos y cegueras by Camilo José Cela

Las compañías convenientes y otros fingimientos y cegueras by Camilo José Cela

autor:Camilo José Cela [Cela, Camilo José]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Relato, Otros
editor: ePubLibre
publicado: 1963-08-19T00:00:00+00:00


LAS ASPIRACIONES DE UN VERDUGO CONSCIENTE

El señor Desfourneaux, de profesión verdugo; de nacionalidad francesa; de cincuenta años de edad; de estado casado; al corriente de sus impuestos y contribuciones y en uso y disfrute de todos sus derechos civiles y políticos, ha tomado el acuerdo —⁠acuerdo que está cumpliendo con un rigor cartesiano⁠— de declararse en huelga. Nadie, sino algún que otro presunto ajusticiado que sienta una especial simpatía por la afilada hoja de la viuda, ha tenido nada que objetar a la decisión del señor Desfourneaux. El señor Desfourneaux, como Gandhi o el alcalde de Cork, ha ido a la huelga solo, por sí y ante sí. El indo y el irlandés acordaron un buen día no volver a probar bocado y, dicho y hecho, empezaron, el primero a enflaquecer y el segundo, a morirse. Nuestro francés, más modesto, se limita a no segar la garganta a sus semejantes.

Hay noticias contradictorias sobre los móviles que impulsaron al señor Desfourneaux a ir a la huelga: única huelga en el mundo, probablemente, en la que no se podrá decir que el huelguista, harto de aguantar a su cochino patrón, prefirió liarse la manta a la cabeza y cortar por lo sano. En este caso, el señor Desfourneaux se conforma no más que con todo lo contrario: no cortar por lo sano del gaznate del prójimo y meter a la Administración de su país —⁠también llamado la douce France⁠— en un lío sobre el que la legislación no es clara, ni la jurisprudencia abundante.

Alguien dice que el señor Desfourneaux, que en el fondo tiene un corazón de oro, empezó a sentir escrúpulos y remilgos, empezó a hacer dengues y carantoñas y se marchó a su casa sin más preámbulo. La teoría nos parece acertada, aunque su origen y su difusión entre gentes de una ternura tan sutil que casi, casi, se merece que se le llame terneza, nos dé mucho que pensar.

Otros, en cambio, con una idea mucho más pragmática del existir, opinan que el caso del señor Desfourneaux es más claro y más vulgar que todo eso y que el señor Desfourneaux que, a lo que parece, de poeta lírico tiene muy poco, lo que quería es que el estado francés —⁠también llamado l’Etat français⁠— se hiciera cargo de lo caro que todo se está poniendo y le subiera prudencialmente los emolumentos.

—Ahora menos mal —decía el señor Desfourneaux⁠— que hay bastantes sentencias de muerte, pero ¿qué va a ser de mí cuando volvamos a la normalidad? ¿Ustedes creen que con un guillotinado de vez en cuando puedo yo pagar el bachillerato a mis hijos? Teniendo que comprar el acero de estraperlo me es totalmente imposible seguir cobrando a 250 francos el ajusticiamiento. Por otra parte, me niego a usar cuchillas viejas, cuchillas de recuperación; a mis clientes los sirvo siempre con el mejor acero del Creusot.

El señor Desfourneaux, verdugo en huelga, ignora que su actitud puede inducir a graves errores al futuro historiador de su bello país. De no ignorarlo, es



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