Las aventuras de Geppetto by Jose Gil Romero & Goretti Irisarri

Las aventuras de Geppetto by Jose Gil Romero & Goretti Irisarri

autor:Jose Gil Romero & Goretti Irisarri [Gil Romero, Jose & Irisarri, Goretti]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Relato, Terror
editor: ePubLibre
publicado: 2020-08-01T00:00:00+00:00


* * *

Nada más entrar en la villa le llamaron la atención las margaritas de aquella mesa de fantasía: con los pétalos blancos asemejaban un pastel de nata; entre todas las rosas, por su parte, dibujaban un asado de pavo, con sus dos muslos y su rostizado…, y así, imitada con cientos de flores, se había creado una perfecta mesa de banquete.

Pinocchio Geppetto caminaba asombrado. Había oído hablar de ellas, eran conocidas hasta el otro lado de las montañas, pero nunca había tenido el placer de ver las famosas alfombras de flores de la gente del Valle.

—Por sus muertos —exclamó una señora—, ¡cuidado!

El señor Geppetto había doblado un pétalo de botón de oro, de los que imitaban una enorme yema de huevo pasado por agua, cuya cáscara era abierta por una cucharita azul construida con nomeolvides.

—Dos días y dos noches nos ha costado hacer este arreglo, señor —masculló la mujer, furiosa—. Y aún nos lo vais a estropear antes de que lo vea el señor funcionario.

La mujer iba ya a encenderse contra los extranjeros cuando Pinocchio Geppetto fue salvado por el alboroto del fondo, donde el pueblo entero, entre vítores y aplausos, estaba recibiendo al dignatario.

Acababa de descender de su litera, sostenida en peso por cuatro sirvientes que sudaban a chorro, enfundados en su levita. El funcionario saludaba con la mano al gentío, mientras tocaba la banda del pueblo. Su alto sombrero de laca negra despertaba murmullos de admiración; el resto del atuendo provocó también asombro, sobre todo entre las señoras: los pantalones eran anchos, de lino tintado; y una mediacapa de las que estaban de moda en la corte caía descuidada sobre un hombro. En el cuello, completaba aquel aire oriental un pañuelo en tonos albaricoque, con un estampado de crisantemos.

El más asombrado era Pinocchio, sin embargo, que lo había conocido tan distinto en otros tiempos: vestido con toga. Solo de ver otra vez al señor Mono, le dio un vuelco el fondo del pecho.

Acudieron a recibir al dignatario las fuerzas vivas del pueblo; el alcalde, su esposa, el cura, el médico, el boticario, y estrechaban su mano con mucha reverencia.

—¿El banquete en mi honor —dijo el Mono— será antes o después de los pedidores?

—Después —respondió el alcalde.

El funcionario suspiró ante tanto trabajo: se había formado ya la cola de los pedidores, y era larguísima.

—Bueno, qué se le va a hacer. —Y añadió con aire displicente—: Pues que vayan pasando, vamos.

El alto funcionario tomó asiento en una mesa a la que se le había añadido un toldo con borlas, para que no tuviera que estar al sol, y bebió vaso y medio de la limonada que le servía una guapa moza; a aquella hora apretaba el calor. Uno a uno fueron acercándose los pedidores. Tenían cierto despiste respecto del protocolo a seguir con el señor Mono: había quien le besaba en el anillo o quien se cuadraba ante él como en el ejército, pero a todos les hacía temblar una misma ansiedad.

—Encantado, encantado —decía él—. Hable, cuál es su caso, diga qué quiere.



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