Larga vida a la reina de Halloween by Shea Ernshaw

Larga vida a la reina de Halloween by Shea Ernshaw

autor:Shea Ernshaw [Ernshaw, Shea]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Fantástico
editor: ePubLibre
publicado: 2023-02-01T00:00:00+00:00


* * *

Sigo al niño por el pueblo.

Recorremos dos cuadras hasta que la calle termina de pronto, y justo enfrente hay una casa de piedra blanca con varias nubes bajas reunidas encima de ella. Se ven como si las hubieran colgado ahí a propósito, suspendidas por hilos, como el móvil de un bebé sobre su cuna. O como si las hubieran pintado con acuarela y tinta blanca y polvorienta.

En la puerta principal hay una placa que dice: «Residencia del Gobernador».

El niño sube los escalones de piedra, levanta la aldaba de metal y con ella golpea dos veces la puerta de madera.

Un momento después oigo pasos al otro lado del umbral. No los trancos pesados de unas botas, sino el susurro suave de unos calcetines. Se abre la puerta y ante nosotros aparece un hombre alto y esbelto, bien rasurado, vestido con una pijama verde y azul y llevando una vela en la mano para alumbrar el pórtico.

—Buenas noches —dice el hombre sin rodeos (sin esconderse en acertijos), y me pregunto si tal vez ese sea el saludo común en la Aldea del Sueño, porque el cielo parece siempre estar flotando en la primera hora de la noche.

Voltea a ver al niño y luego a mí, escudriñándome un poco —con un brillo en los ojos—, antes de asentir y abrir la puerta de par en par para que entre.

—Por aquí —me indica.

Entro a la casa, pero el niño no me sigue. Se da la vuelta y regresa de un brinco a la calle. Terminó con su labor.

El hombre alto me lleva hasta una sala de estar larga y estrecha a un lado del vestíbulo.

—Espere aquí —dice.

El hombre debe ser un mayordomo o portero, o un sirviente —como quiera que les digan en este mundo—, porque sin duda no es el gobernador.

Me quedo en el centro de la sala examinando cada detalle con los ojos, cada jarrón y fotografía enmarcada. El lugar está lleno de cojines mullidos en los rincones, de gruesas cobijas de algodón dobladas y colgadas en los respaldos de sofás, y de pufs y cojines. Los ventanales de piso a techo dejan entrar una luz crepuscular, mientras que velas de cera titilan en las mesitas redondas y sobre pilas de libros. En el techo encima de mí está pintada una escena nocturna: cientos de estrellitas y constelaciones contra un fondo profundo color azul río. Es el lugar perfecto para tomar una siesta vespertina justo antes de acomodarse para dormir toda la noche. Camino hasta el centro de la sala y leo los lomos de varios libros que hay en la mesita de centro. Los levanto y acaricio las portadas. Todos son cuentos para ir a dormir, poemarios y cuentos de hadas antiguos.

—Vaya, vaya. ¡Hola! —dice una voz profunda de barítono detrás de mí.

Me doy la vuelta sobresaltada y tiro el libro que traía en la mano. Cae con un golpe seco.

Cuando mis ojos se posan en los dos personajes parados en la puerta, las hojas de mi pecho se me suben de golpe a la garganta y ya no puedo hablar.



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