Lady Roseanne desea un amante by Bethany Bells

Lady Roseanne desea un amante by Bethany Bells

autor:Bethany Bells [Bells, Bethany]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Romántico, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 2023-09-28T00:00:00+00:00


Capítulo 6

Roseanne no podía dormir.

No dejaba de pensar en lo ocurrido en el río. Sentía la sangre bullendo en sus venas, deseando volver a vibrar de aquella forma entre los brazos de lord Lark. ¿Serían así las adicciones, como la necesidad del opio? Seguramente sí. No lo podía soportar, el deseo de sentirlo cerca era demasiado abrumador.

¿Y si iba a su dormitorio? Gracias a su doncella, sabía dónde lo habían alojado exactamente. Pero no, no podía ser tan descarada. ¿O sí? ¿A quién demonios le importaba? A ella. ¿Y por qué de pronto le preocupaba algo así cuando siempre había hecho cuanto quería sin pensar en las consecuencias? Si iba y la rechazaba, iba a sentirse muy mal. Iba a ponerse furiosa. Iba a gritar hasta que estallase el mundo.

En esas circunstancias, no podía ir…

Eran más de las dos cuando se sentó en la cama. Definitivamente, iría. Pero primero conseguiría vino y algo de comer, quizá un trozo de buen queso. Así, si la echaba, podía tirarle el queso a la cabeza y emborracharse con la botella.

—Al infierno… —masculló.

Se miró en el espejo, y decidió ponerse su camisón más sugerente, peinarse un poco y darse algo de colonia. Luego, tras añadir a su atuendo la bata y las zapatillas, salió al pasillo. Se dirigió a las escaleras más cercanas, unas secundarias, habitualmente usadas solo por los criados, y, tras bajar hasta el semisótano donde vivía y trabajaba el servicio, se dirigió a la cocina.

No esperaba encontrar a nadie despierto a esas horas, de modo que se sorprendió mucho al captar la luz tenue de una vela, y escuchar algo de ruido. Allí dentro había alguien trasteando entre cazuelas. Roseanne se asomó con cuidado a una de las dos puertas que tenía la gran cocina de Rosegarden Park y que daban a distintos puntos del pasillo en esquina en el que se encontraba, cada una a un lado del ángulo recto.

Quien quiera que estuviese en el interior se movía casi por completo fuera del alcance de su vista. Solo alcanzó a distinguir, en un par de breves ocasiones, la manga de una bata oscura y raída. Nada suficiente para reconocer la identidad, pero sí le quedó claro que estaba llenando con distintas viandas un canastillo de mimbre trenzado: un cuenco generoso del estofado que habían servido en la cena, pan, queso, fruta, una botella de vino…

Luego, fuera quien fuese cogió en vilo el cestillo y lo retiró de la mesa, con lo que lo hizo desaparecer de la vista de Roseanne. Esta esperó, conteniendo la respiración, porque el desconocido tendría que salir por una de las dos puertas que tenía la cocina, y si escogía justo esa en la que estaba, tendría que inventar alguna excusa —⁠el consabido vaso de leche tibia para poder dormir, pensó rápidamente, aunque prefería que no la descubrieran rondando, por lo que pudiera pasar⁠—, pero nadie se acercó.

Debía haber salido por el otro lado, aunque la intrigó escuchar un crujido, como un deslizar de piedras, el ruido característico de las entradas a los subterráneos.



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