La voz de nuestra historia by Torres Arancivia

La voz de nuestra historia by Torres Arancivia

autor:Torres Arancivia
La lengua: spa
Format: epub
editor: Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas (UPC)
publicado: 2015-03-15T00:00:00+00:00


7.3. LA VIVENCIA DE LA GUERRA

Los sermones y las oraciones fúnebres pronunciados en aquellos años constituyen una fuente histórica tanto para el historiador como para el crítico literario. No obstante, para quienes los escucharon, esos discursos estaban lejos de constituir una página de la historia. Cuando los sacerdotes hacían referencia a los muertos, a la derrota, al destino de las almas de los héroes y a los juicios de la providencia del Dios de los Ejércitos, estos hombres estaban apelando a sucesos que la población había vivido de forma más que cercana. En ese sentido, el sermón o la oración fúnebre, al momento de su emisión, están sirviendo más a la memoria que a la historia 167.

En este punto, la oratoria sagrada de tiempos de la guerra y la reconstrucción adquiere un nuevo valor, una inesperada dimensión. Cuando los limeños escucharon a Roca y Boloña, Tovar, Obín y Charún, entre otros, reconocieron y sintieron lo que ellos narraban. En esencia, los oradores veían desde sus púlpitos no a una muchedumbre indiferente sino a testigos que pueden sentir la presencia de algo del pasado inmediato en la mente y lo reconocen. Esto es hacer efectiva la memoria 168.

¿Quién era la persona que recordó algo cuando escuchó a estos clérigos? Ahí estaban la viuda, la madre desconsolada, los huérfanos, el ciudadano, el amigo, el vecino, el jornalero, en fin, todos aquellos a los que un evento tan traumático como la guerra había tocado de alguna manera. El sermón y la oración fúnebre son catárticos por sus efectos en el receptor. Algunos de esos oyentes asumirían lo que el sacerdote les decía; otros, como es natural, lo reprimirían.

El orador, por su parte, forzaría, en el buen sentido, esa memoria colectiva. El sacerdote no se cansará de repetir los hechos y las hazañas para que, con el tiempo, se transformen en algo más que memoria: se vuelvan historia, y, en este caso, en historia nacional. Los discursos y los sentimientos adquieren un nivel de complejidad mayor cuando lo terreno se fusiona con lo divino, cuando Dios —en la mentalidad de los creyentes— puede escudriñar en la memoria de hombres y mujeres mientras ven la totalidad del devenir histórico.

El primer sermón de la guerra se da, como ya se mencionó, durante la misa y Te Deum por el 58° Aniversario de la Independencia Nacional, el 28 de julio de 1879. La guerra tenía tres meses de comenzada y la alocución de Manuel T. González de la Rosa denota el optimismo que invadió a los peruanos en los días iniciales de la contienda. Téngase en cuenta que, en las semanas que siguieron a la declaratoria de guerra de Chile al Perú, la población de Lima se entregó a la celebración pues estaba convencida de una rápida victoria frente a un injusto agresor. Un sentimiento antichileno y de extraña solidaridad con Bolivia se expresó a través de la prensa nacional. Los estímulos para este optimismo tenían diferentes fuentes. Por ejemplo, aún se tenía muy fresco en la



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