Medio sol amarillo by Chimamanda Ngozi Adichie

Medio sol amarillo by Chimamanda Ngozi Adichie

autor:Chimamanda Ngozi Adichie [Ngozi Adichie, Chimamanda]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 2006-01-01T05:00:00+00:00


20

Olanna estaba sentada frente a su madre en el salón del piso de arriba. La mujer lo llamaba el salón de las damas porque era allí donde solía reunirse con sus amigas, donde reían y se llamaban por sus apodos —¡Arte! ¡Oro! ¡Ugodiya!— y comentaban de quién era hijo aquel que estaba tonteando con mujeres en Londres mientras los jóvenes de su edad levantaban casas en la tierra de sus padres, quién había comprado encaje corriente y quería hacerlo pasar por la última tendencia europea, quién estaba intentando arrebatarle el marido a fulanita o quién había importado de Milán muebles de primera calidad. Sin embargo, en el presente aquella sala había quedado sumida en el silencio. Su madre sostenía un vaso de tónica en una mano y un pañuelo en la otra. Lloraba mientras le contaba a Olanna que su padre tenía una amante.

—Le ha comprado una casa en Ikeja —dijo—. Mi amiga vive en la misma calle.

Olanna observó el gesto delicado de la mano de su madre al enjugarse los ojos. El pañuelo parecía de satén; no podría absorber lo suficiente.

—¿Has hablado con él? —preguntó Olanna.

—¿Qué puedo decirle? Gwa ya gini? —Su madre dejó el vaso. No había dado ni un sorbo desde que la criada se lo había traído en una bandeja de plata—. No hay nada que decir. Sólo quería contarte lo que ocurre para que luego no digan que no se lo he explicado a nadie.

—Hablaré con él —se ofreció Olanna.

Era lo que su madre quería. Hacía un día que había vuelto de Londres y el resplandor ilusionado que iluminó su ser tras la visita al ginecólogo de Kensington ya se había apagado. Ya no recordaba el sentimiento de esperanza que la había invadido cuando le dijo que no le ocurría nada anormal, cuando añadió con un guiño que lo único que tenía que hacer era aplicarse más. Tenía ganas de estar de vuelta en Nsukka.

—Lo peor es que la mujer es una cualquiera —dijo su madre, retorciendo el pañuelo—. Una cabrita yoruba con dos hijos de padres diferentes. Dicen que es vieja y fea.

Olanna se levantó. Como si importara mucho el aspecto de la mujer. Como si su padre no fuera también viejo y feo. Lo que fastidiaba a su madre no era que su marido tuviera una amante sino que le hubiera comprado una casa en el barrio donde vivían las personalidades de Lagos.

—Tal vez sería mejor esperar a que venga Kainene para que hable con tu padre, nne —sugirió su madre, y volvió a enjugarse los ojos.

—Ya te he dicho que hablaré yo con él —repuso Olanna.

Pero esa tarde, al entrar en la habitación de su padre, se dio cuenta de que su madre tenía razón. Kainene era la más indicada. Ella sabría qué decir con exactitud y no sentiría aquella incómoda torpeza; Kainene, con su lengua afilada, sus frases cortantes y su absoluta confianza en sí misma.

—Papá —empezó Olanna después de cerrar la puerta tras ella.

Estaba en su escritorio, sentado en la silla de respaldo vertical hecha con madera oscura.



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