La vida nueva de Pedrito AndÃa by Rafael Sánchez Mazas
autor:Rafael Sánchez Mazas
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Variada
publicado: 1952-08-09T23:00:00+00:00
XLII
BAJà de cumplir la promesa con un vacÃo inmenso en mi interior que me espantaba, y aunque yo querÃa resignarme como un buen cristiano y que fuera lo que Dios quisiera, siempre se me caÃa el alma a los pies y no conseguà con rezos ni con nada ponerme tranquilo. Me pasé dos noches malÃsimas con aquel sufrimiento moral de las dudas y de dÃa lo mismo, hasta que se creyeron en casa si serÃa otra vez cuestión de la salud, y se alarmaron. Yo no podÃa resistir el desengaño tan atroz después de haber subido, como subÃ, descalzo y que me fallase todo por completo, a pesar de pedÃrselo a la Virgen dÃas y dÃas con una ilusión loca y en la seguridad de que Ella me anunciaba lo que habÃa de ser en aquel sueño. Después el Padre Cornejo me dijo que yo tenÃa más credulidad que fe y que de los crédulos se hacen, sobre todo, los incrédulos. Pero aquello entonces me deshizo, me puso más desconsolado que nunca y sin ganas de salir ni de hablar con nadie, porque dejé de confiar en los milagros, que siempre son, cuando se ve uno en las últimas, la mayor esperanza. Las perdà todas para siempre esos dÃas y me dio miedo ver que para lo porvenir no tendrÃa ya el agarrarme, como a un clavo ardiendo, a esperar que la Virgen a lo último me ayudara. Se me quitaban, y eso fue horrible, las ganas de rezarle más nunca, por mucho que yo comprendiera que me volvÃa asà un desagradecido y un infame, después de tantos beneficios, como el de salvarme la vida y, más que nada, el de crecer.
Hasta entonces yo habÃa vivido como sosteniéndome a pulso, creyéndome que a fuerza de rezar por lo de Isabel yo moverÃa las montañas cuando no hubiese más remedio, y, al fin, vi que no. Me aterré de pensar a lo que podrÃa yo llegar por ese camino de las dudas y ni sabÃa cómo vivirÃa en adelante sin el mayor consuelo que yo tenÃa sobre para todas las cosas.
Cuando más cavilaba sobre lo mismo se me armaba más confusión y me pasaba todo el dÃa de un humor pésimo. Ni siquiera fui a confesarme entonces ni hasta mucho después, porque, además, en los veranos, yo no tenÃa confesor fijo como el de Orduña y solÃa ir con cualquiera y con el que más con don Josechu, que era un confesor para niños. Seguà dos dÃas echado en mi cuarto muy triste, con el vacÃo aquel tan inmenso y unas angustias de morir, hasta que fui a AndÃa y me calmé, aunque por dentro me sentÃa muy diferente y ya no creÃa como antes ni muchÃsimo menos. Siempre andaba de acá para allá como perdido y, hasta que vino lo que vino, al final, no cambié. Me daba pena recordarme de los entusiasmos fantásticos cuando me puse bueno y hasta lo que comÃa para ponerme pronto fuerte y cumplir la promesa.
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