La gente del margen by Orson Scott Card

La gente del margen by Orson Scott Card

autor:Orson Scott Card [Scott Card, Orson]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Ciencia ficción
editor: ePubLibre
publicado: 1989-01-01T05:00:00+00:00


AMÉRICA

Sam Monson y Anamari Boagente se encontraron dos veces en la vida, la segunda cuarenta años después de la primera. El primer encuentro duró varias semanas en la jungla del alto Amazonas, en la aldea de Agualinda. El segundo no pasó de una hora cerca de las ruinas del Dique del Cañón Glen, en la frontera entre la nación navaja y el estado de Deseret.

Cuando se encontraron por primera vez, Sam era apenas un adolescente flacucho de Utah y Anamari era una india solterona y madura de Brasil. Cuando se encontraron por segunda vez, él era gobernador de Deseret, el último estado europeo de América, y ella, por lo menos para algunos, era la madre de Dios. A nadie se le ocurrió que se hubieran encontrado antes, excepto a mí. Yo lo vi claro como el agua y le anduve insistiendo a Sam hasta que me lo contó todo. Ahora Sam está muerto y ella se ha marchado hace mucho y yo soy el único que sabe la verdad. Durante mucho tiempo, pensé que iba a llevarme esta historia a la tumba, pero ahora me doy cuenta de que no puedo hacerlo. Tal como yo lo veo, no se me permitirá morir hasta que la escriba. Hace mucho que mi trabajo real ha terminado, así que ¿por qué razón estoy vivo? Pienso que la Tierra me ha mantenido con vida para que pueda contar la historia de su victoria, y os ha mantenido a vosotros con vida para que podáis oírla. Los dioses son así. No les basta estar al mando de todo. También quieren ser famosos.

Agualinda, Amazonas

Los pasajeros no significaban nada para ella. Anamari se preocupaba por los helicópteros solamente cuando traían suministros médicos. Éste traía un precioso paquete de benaxidena; Anamari apenas advirtió al muchachito incómodo, vergonzoso, delgadito que estaba sentado junto al equipaje y las cajas, con gesto hostil. «Otro yanqui que no quiere quedarse empantanado en la selva. Nada nuevo». Por aquel entonces, los norteamericanos se habían transformado en algo invisible para Anamari. Venían y se iban.

La preocupaba mucho más la gente del gobierno brasileño, los pequeños burócratas mezquinos que sufrían años de exilio virtual en Manaos y descargaban sus frustraciones con gestos tiránicos contra los indios indefensos. «No, lo lamento, no tenemos más penicilina, no hay más jeringas, ¿qué hizo con la vacuna contra el SIDA que le dimos hace tres años?, ¿usted cree que tenemos la gallina de los huevos de oro? Mándelos a la ciudad si quieren curarse. Hay un hospital en Sao Paulo de Olivença, mándelos allá, no vamos a convertirla a usted en otro hospital, ahí en medio de la nada, no para una aldea de un centenar de sucios baniwas, no sería lo mismo si usted fuera médica, al fin y al cabo usted no es más que una india arrugada y vieja, no se graduó en una facultad de medicina, y no podemos gastar medicamentos en usted». Les hacía sentirse muy importantes, decidir si un niño indio iba a vivir o no.



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