La tumba maldita by Christian Jacq

La tumba maldita by Christian Jacq

autor:Christian Jacq [Jacq, Christian]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Histórico, Intriga
editor: ePubLibre
publicado: 2014-01-01T05:00:00+00:00


19

El general Ramesu se aburría esperando en su lujosa residencia de Pi-Ramsés. Durante el día, inspeccionaba los cuarteles y las caballerizas, dirigía las maniobras, comprobaba el armamento. Por la noche, era el invitado de honor de recepciones en el transcurso de las cuales chicas jóvenes de buena familia manifestaban un acentuado interés por el general.

De nuevo en su casa, siempre lo obsesionaba la misma pregunta: ¿dónde se encontraba su padre y por qué se lo callaba Nefertari? Ramesu había participado en varios consejos de ministros bajo la autoridad de la reina, autoridad que nadie cuestionaba. Nefertari, que sabía escuchar y tomar decisiones, cumplía su función perfectamente y prometía el próximo regreso del faraón. Poner en duda su palabra habría resultado injurioso.

Acababa de despedir a su amante oficial, una siria que dirigía una fábrica de cerámica perteneciente a la Casa de la reina, y Ramesu, con los nervios a flor de piel, le escribía una carta amenazante a Keku, cuyo nombramiento para el cargo de ministro de Economía resultaba inminente. Anciano y enfermo, el titular no tardaría en jubilarse, y Keku gozaba en la corte de una excelente reputación.

Ramesu exigía una respuesta rápida y positiva en lo relacionado con su matrimonio con Sejet. Los aplazamientos de la joven comenzaban a exasperarlo, y casi los consideraba un atentado contra el honor de la familia real. Le correspondía a Keku, padre y futuro ministro, valerse de su influencia para convencer a su hija de que apreciase su suerte y entrase en razón. Ser deseada por el primogénito del amo de las Dos Tierras y rechazarlo, ¡menuda locura! El juego había durado demasiado, el general quería fundar una familia y sabría proporcionarle a su esposa toda la felicidad necesaria. Por supuesto, ninguna ley obligaba a Sejet a ceder, pero una nueva negativa tendría necesariamente consecuencias.

Ramesu dejó en manos de su edecán el correo sellado y le ordenó que lo entregara en el servicio de correspondencia del ejército. De esta forma, alcanzaría pronto su destino.

—Se ha producido un hecho insólito, general.

—¡Habla!

—Conforme a vuestras instrucciones, pusimos a Ched el Salvador, el mejor amigo de vuestro hermano, bajo vigilancia. Ahora bien, ha sido visto en Pi-Ramsés, adonde acaba de llegar.

—¿Solo o con Setna?

—Solo y con alojamiento en el palacio real.

—¿Un nuevo ascenso tan pronto?

—Lo ignoramos.

Ramesu estaba intrigado. Recién nombrado director de la Casa de las armas de Menfis, ¡Ched no había dado muestras de su aptitud y no se merecía ser convocado en la corte de Pi-Ramsés! Era todo un enigma por aclarar.

Hasta entonces, el general visitaría a su madre, Iset la Bella, quien llevaba una existencia apacible ocupándose de su pajarera, de su jardín y de su escuela de músicas. Ella decía estar contenta de su destino; Ramesu, por su parte, no toleraba la resignación.

Ataviado con una túnica ceñida por la cintura y luciendo el magnífico brazalete de cobre con su nombre, se disponía a salir cuando su intendente lo avisó:

—Un oficial de la guardia real pregunta por vos.

El suboficial saludó al primogénito del monarca.

—Su majestad ha regresado.



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