La tentacion de existir by Emile Cioran

La tentacion de existir by Emile Cioran

autor:Emile Cioran [Cioran, Emile]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: sci_philosophy
publicado: 2010-12-10T23:00:00+00:00


Tras haber frecuentado idiomas cuya plasticidad le proporcionaba la ilusión de un poder sin límites, el extranjero desbocado, enamorado de la improvisación y del desorden, arrastrado hacia el exceso o hacia el equívoco por incapacidad para la claridad, si bien aborda el francés con timidez, no por ello ve menos en él un instrumento de salvación, una ascética y una terapéutica. Al practicarlo, se cura de su pasado, aprende a sacrificar todo un fondo de oscuridad al que estaba apegado, se simplifica, se convierte en otro, desiste de sus extravagancias, se sobrepone a sus antiguas turbaciones, se acomoda más y más al sentido común y a la razón; por lo demás, ¿acaso puede perderse la razón y servirse de un útil que exige su ejercicio, incluso su abuso? ¿Cómo ser loco —o poeta— en tal lengua? Todas sus palabras aparecen en el hecho de la significación que traducen: son palabras lúcidas. Servirse de ellas con fines poéticos equivale a una aventura o un martirio.

«Tan hermoso como si fuera prosa». Donaire francés si los hay. El universo reducido a las articulaciones de la frase, la prosa como única realidad, el vocablo retirado en sí mismo, emancipado del objeto y del mundo: sonoridad en sí misma, cortada del exterior, trágica ipseidad de una lengua acorralada en su propio acabamiento.

Cuando se considera el estilo de nuestro tiempo no puede uno dejar de interrogarse sobre las razones de su corrupción. El artista moderno es un solitario que escribe para sí mismo o para un público sobre el que no tiene ninguna idea precisa. Ligado a una época, se esfuerza por expresar sus rasgos, pero esta época, forzosamente, carece de rostro. Ignora a quién se dirige, no representa a su lector. En el siglo XVII y en el siguiente el escritor tenía ante su vista un círculo restringido del que conocía las exigencias, el grado de sutileza y de acuidad. Limitado en sus posibilidades, no podía apartarse de las reglas, reales pero no formuladas del gusto. La censura de los salones, más severa que la de los críticos de hoy, permite la eclosión de genios perfectos y menores, constreñidos a la elegancia, a la miniatura y a lo acabado.

El gusto se forma merced a la presión que los ociosos ejercen sobre las Letras, se forma sobre todo en las épocas en que la sociedad está lo bastante refinada como para marcar el tono a la literatura. Cuando se piensa que otrora una metáfora claudicante desacreditaba a un escritor, que tal académico perdió su facha por una impropiedad, o que un rasgo de ingenio pronunciado ante una cortesana podía procurar una situación, por ejemplo, una abadía (tal fue el caso de Talleyrand), se mide la distancia que se ha recorrido desde entonces. El terror del gusto ha cesado y, con él, la superstición del estilo. Quejarse sería tan ridículo como ineficaz. Tenemos tras de nosotros una tradición de vulgaridad bastante sólida; el arte debe acomodarse a ella, resignarse o aislarse en la expresión absolutamente subjetiva. Escribir para todo el mundo o para nadie, es cosa que debe decidir cada uno, según su naturaleza.



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