La taquillera del Metro by Milagros Hidalgo

La taquillera del Metro by Milagros Hidalgo

autor:Milagros Hidalgo [Hidalgo, Milagros]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Realista
editor: ePubLibre
publicado: 1969-12-31T16:00:00+00:00


Había mucha gente joven e imperaba la raza. Por esto no podía fallar la alegría… Estuvimos toda la noche así. De este modo desconcertábamos a los de la… para que no pudiera saberse hasta dónde llegaba nuestro miedo.

De cuando en cuando llegaba hasta nosotras el ruido incesante del cañoneo, tan fuerte y cerca, que hacía estremecer las vidrieras de colores que quedaban en pie. La fusilería no se callaba ni un momento, cada vez más clara y más cerca.

Celi, haciendo una pausa en su narración, aprovechó para tomar un sorbo de café, que ya dejaba de humear. Angelina, atenta y cada vez más interesada en el relato, le dijo:

—No pares; prosigue, que está muy interesante. Parece una película de suspense.

Celi prosiguió:

—¡Y tan de suspense!… ¡Hay que vivirlo para saberlo! Pues sí… Éramos más de cien mujeres. No quieras saber las dificultades que teníamos para poder practicar un poquito la higiene. Había un patio pequeñísimo y allí teníamos que salir para, en una boca de riego, asearnos todas. Esto resultaba poco menos que imposible, porque daban muy poco tiempo y éramos muchas; pero si se quedaba algún número sin cubrir esta necesidad, al día siguiente eran éstas las primeras que empezaban el aseo.

Gracias a la buena organización que teníamos, conseguida por práctica…, ensayábamos como si fuéramos a representar una comedia, puede decirse que pocas veces dejábamos de conseguir tocar todas el agua. Después nos peinábamos dentro, y si teníamos mojado el pañuelo continuábamos nuestra toilette entre chanzas y jolgorios. Como es natural, esto lo organizaba una señora que merecía todo nuestro respeto.

Este ajuste en la organización de cuanto en la desgracia existe hacía que en la distracción por vencer las penas éstas se hicieran más llevaderas.

A los milicianos de guardia les indignaba esta calma y en todas se notaba cierta satisfacción de que ellos se irritaran de no vernos sufrir.

—El miedo no evita el golpe —decía una señora que a todo le ponía motes o aplicaba algún refrán.

Los días transcurrían lentos y pesados. Los rezos… la rutina diaria. Los partes de guerra que se sabían, no se sabía cómo, pero se sabían… En fin, procurábamos dormir de día para empezar las distracciones por la noche. Yo me tumbaba boca arriba, con los brazos entrelazados por la nuca, y reflexionaba… pensando que llevaba quince días y el famoso primito no había llegado.

En esto el ruido de los cañones y el de la aviación se hizo ensordecedor. Por espacio de una hora nos cobijamos unas con otras, porque aquello parecía el fin del mundo. Nos embargaba a todas un verdadero pánico, mas en medio de este infernal ruido nos llamó la atención que de repente se enmudeciera todo y siguiera la calma. Este detalle fue tan notable que tanto daño nos hizo el repentino silencio como nos había herido el ruido.

Esto me hacía comprender que hay una paz que se escribe y se vive de muchas maneras, pero, según el poeta que describió aquella verdad, nosotros, maltrechos y doloridos, si Dios quería, también



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