La suma de todos los besos by Julia Quinn

La suma de todos los besos by Julia Quinn

autor:Julia Quinn [Quinn, Julia]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Histórico, Romántico, Erótico
editor: ePubLibre
publicado: 2013-10-29T00:00:00+00:00


Capítulo 12

Durante un momento, Hugh se había sentido completo de nuevo. No estaba del todo seguro de lo que había pasado en el interior del carruaje, pero instantes después Sarah depositó una mano cálida en la suya, dejó escapar un grito y se derrumbó sobre él.

Él alargó los brazos para cogerla. Era lo más normal del mundo, excepto que él era un hombre con una pierna lesionada, y los hombres así jamás debían olvidar lo que eran.

La cogió o, al menos, pensó que lo había hecho, pero la pierna no pudo soportar el peso de los dos, no cuando estaba multiplicado por la fuerza de la caída. No tuvo tiempo de sentir dolor; el músculo simplemente se contracturó y la pierna cedió.

Así que, en realidad, no importó si llegó a agarrarla o no. Ambos cayeron al suelo y, durante unos segundos, Hugh solo pudo resollar. El impacto lo había dejado sin respiración, y la pierna…

Se mordió el interior de la mejilla. Con fuerza. Era extraño cómo un dolor podía reducir la intensidad de otro. O, al menos, solía hacerlo. En esa ocasión, no fue así. Sintió el sabor a sangre y como si le atravesaran la pierna con miles de agujas.

Maldiciendo entre dientes, se obligó a incorporarse con ayuda de las manos y las rodillas para llegar hasta Sarah, que estaba tendida en el suelo, cerca de él.

—¿Se encuentra bien? —le preguntó de inmediato.

Ella asintió, pero fue un asentimiento errático y poco definido que en realidad decía que no, no se encontraba bien.

—¿Es la pierna?

—El tobillo —gimoteó ella.

Hugh se arrodilló a su lado. La pierna gritó agónica al verse excesivamente doblada. Tendría que llevar a Sarah a la posada, pero antes debería comprobar si se había roto algún hueso.

—¿Puedo? —preguntó, y acercó las manos a su pie.

Ella asintió, pero antes de que Hugh tuviera tiempo de tocarla, se encontraron rodeados. Harriet había bajado del carruaje, lady Pleinsworth había salido de la posada y Dios sabía quién más se estaba acercando, apartándolo a él. Hugh terminó poniéndose en pie con esfuerzo y retrocedió, apoyándose pesadamente en el bastón.

Sentía como si alguien le estuviera atravesando el músculo del muslo con un cuchillo ardiendo, pero se trataba de un dolor conocido. No le había hecho nada nuevo a la pierna, parecía decirle; simplemente, la había llevado al límite.

Aparecieron dos caballeros en escena, primos de Sarah, pensó él, y también llegó Daniel, que los hizo a un lado.

Y se hizo cargo de la situación.

Hugh lo observó mientras comprobaba el tobillo de Sarah, y también después, mientras Sarah le rodeaba el cuello con los brazos.

Y siguió observando cuando Daniel se abrió paso entre la multitud y la llevó al interior de la posada.

Hugh nunca sería capaz de hacer eso. Debía olvidarse de montar a caballo, de bailar, de cazar y de todas las cosas que tanto echaba de menos desde que una bala le había destrozado el muslo. Nada de eso parecía importar ya.

Jamás cogería a una mujer en brazos.

Nunca se había sentido menos hombre.



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