La señora de Mellyn by Victoria Holt

La señora de Mellyn by Victoria Holt

autor:Victoria Holt [Holt, Victoria]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Intriga, Romántico
editor: ePubLibre
publicado: 1959-12-31T16:00:00+00:00


Mantén la cabeza y el corazón valientemente levantados, aprieta la barbilla y asegura los talones abajo.

—Y cuando vayas a saltar, recuerda…

—Lo recordaré.

—¿Estás nerviosa?

—Estoy impaciente y querría que ya estuviéramos allí.

—Cuando vayas a ver, ya habrá llegado el momento. Aquella noche, cuando entré a darle las buenas noches, me senté en su cama y charlamos sobre el concurso.

Me preocupaba verla tan excitada y traté de calmarla. Le dije que procurase dormirse pronto, pues le convenía estar bien descansada por la mañana.

—Pero ¿cómo va una a dormirse, señorita —me preguntó—, si no le viene el sueño?

Entonces me di cuenta de la importancia de lo que yo había logrado. Unos meses antes, recién llegada a esta casa, a la niña le horrorizaba montar un caballo; ahora anhelaba que llegase el momento de tomar parte en un concurso hípico.

De todos modos, habría preferido que no hubiese centrado todo su interés en su padre, porque en el fondo de su impaciencia no había más que el deseo de hacer un gran papel ante él.

No sólo estaba impaciente; ansiaba tan desesperadamente la admiración de su padre que sufría pensando en un posible fracaso.

Volví a mi dormitorio, pero sólo para coger allí un libro de los poemas de Longfellow y, de nuevo en la habitación de Alvean, me senté en la cama y empecé a leerlo, pues sabía que nada producía un efecto más sedante en el ánimo que el poema narrativo titulado Hiawatha. Yo solía recitármelo a mí misma mentalmente cuando quería dormirme y siempre conseguía olvidarme así de las pequeñas preocupaciones de este mundo. Mi imaginación vagaba por las primitivas selvas con «el ruido de los grandes ríos y sus salvajes vibraciones».

Las líricas palabras fluían en mis labios y con ellas provocaba poéticas visiones en el espíritu de Alvean.

Había olvidado el concurso, sus temores y sus esperanzas.

Estaba con Hiawatha, sentada al pie del Nokomis y… se durmió.

*****

Me desperté el día del concurso rodeada de niebla, pues había penetrado en mi cuarto. Me levanté, me asomé a la ventana y vi cómo rodeaban las algodonosas nubes la copa de las palmeras y las hojas suaves de los pinos de verdor perenne decorados con gotitas de rocío.

«Ojalá se levante la niebla antes de la tarde», me dije. Pero persistió toda la mañana y se notaba un ambiente de gran preocupación en toda la casa, pues todos pensaban en el concurso hípico. La mayoría de la servidumbre iría como todos los años, según me dijo Kitty, ya que el Amo, por ser uno de los organizadores y jueces, tenía gran interés en que fuesen. Billy Trehay y algunos de los mozos de cuadra participaban en las pruebas.

—Al Amo le pone de buen humor que sus caballos ganen —dijo Kitty—. Pero es más exigente con los suyos que con los demás cuando tiene que decidir, por ser uno de los jueces.

Inmediatamente después del almuerzo salimos Alvean y yo. Ella montaba a Black Prince y yo a Royal Rover. Era estupendo ir en un caballo tan bueno, y yo me sentía tan excitada como Alvean.



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