La sangre de los ángeles by Eugenio Fuentes

La sangre de los ángeles by Eugenio Fuentes

autor:Eugenio Fuentes [Fuentes, Eugenio]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Ficción, Novela, Policial
editor: ePubLibre
publicado: 2001-09-27T16:00:00+00:00


Capítulo 11

Sacó todas las piezas del maletín donde iban encajadas, un maletín pequeño, de suave piel negra, como una cartera de cobrador o funcionario que podía llevar a cualquier sitio sin que nadie adivinara su contenido. Las colocó sobre la mesa y comenzó a montarlas, siempre en el mismo orden ritual, tan inquebrantable para él como el orden de las partes de la misa para un sacerdote: la campana, el cuerpo inferior y el superior, el barrilete y la boquilla. Una vez completo, lo acarició con mimo y sólo entonces realizó el movimiento principal: ajustó la caña a la boquilla sin apretar demasiado la abrazadera.

Podría prescindir de muchas cosas en su vida: de una casa propia, de su mujer, del coche, del dinero y del trabajo, de toda aquella lista con que tantos hombres a quienes conocía intentaban rodearse de felicidad, mintiéndose y aceptando la mentira. Pero no podría prescindir de aquel objeto —un trozo de madera de ébano, hueco y acribillado por diecisiete taladros— que tenía entre las manos.

Aquél era el mejor momento de sus días, una hora antes de la caída del sol. Ya había regresado del colegio, había tomado café con su mujer, conteniendo la impaciencia, fingiendo que escuchaba sus rutinarias quejas o murmuraciones, para hacerle creer que también él se interesaba por lo que ocurría en la pantalla del televisor, en cualquiera de los estúpidos programas de media tarde que a ella tanto le gustaban donde aparecían gentes normales relatando sus desgracias más íntimas con un impudor que a él siempre le producía un poco de vergüenza. Cuando calculaba que ya había transcurrido el tiempo suficiente para eludir cualquier reproche de abandono, se iba al estudio insonorizado y la dejaba fumando uno y otro cigarrillo, descalza, nimbada en el sofá con tanta indolencia que daba la impresión de que el máximo esfuerzo que podía hacer era llevarse a los labios la taza de café. Pero la indolencia en una mujer también exige estilo —pensaba mientras se alejaba por el pasillo y veía sus zapatos en la alfombra— y tiene su momento: esos años, cifrados en la cuarta década de vida, en que la mujer madura, sin la energía ya de la juventud, aún sugiere, sin embargo, que puede erguir la cabeza y ser activa y muy activa en cuanto un estímulo de generosidad o una promesa de placer la pongan en movimiento. Antes de esos años, la indolencia habla de amargura; después de esos años pierde cualquier seducción y sólo indica pereza.

Con la puerta cerrada, sacaba de la funda las piezas del clarinete, lo montaba y lo acariciaba unos instantes y adaptaba el oído a la nota de sí. Siempre el mismo rito. Sólo entonces comenzaba a relajarse, presintiendo la llegada del bienestar. El mundo exterior del colegio, con los gritos estridentes de los niños, con las mezquinas envidias y la apatía de los maestros, y también el mundo interior de su hogar, al otro lado del tabique, iban alejándose poco a poco. Las notas que



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