La potencia de uno by Bryce Courtenay

La potencia de uno by Bryce Courtenay

autor:Bryce Courtenay [Courtenay, Bryce]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Realista
editor: ePubLibre
publicado: 1989-01-01T05:00:00+00:00


QUINCE

Estuvimos razonablemente tranquilos durante el mes que siguió al incidente del taburete del piano, pues iba a llegar el inspector de prisiones y el teniente Borman tenía que consagrarse a la tarea de procurar que el lugar estuviese impecable, con pintura fresca en todas las partes visibles. Se encalaron hasta las piedras que bordeaban el jardín de cactus, lo que irritó mucho a Doc. Él estaba dispuesto a aceptar botellas de whisky delimitando los senderos, pero lo de pintar piedras reales le parecía una ofensa a la naturaleza. Se trajo grava nueva para el patio interior, y también varias cargas de mica y pirita de hierro muy desmenuzadas con las que en el centro del patio se formó una gran «B». Con el color más oscuro y el brillo de la mezcla de mica y de piritas la letra brillaba y parecía casi blanca sobre la grava. Era la «B» de Barberton, claro. La idea se le había ocurrido al teniente, que se pasó muchas horas supervisando el barrido y el rastrillado de los presidiarios, hasta que todo quedó perfecto. La verdad es que quedó muy bien, eso hay que concedérselo. Gert dijo que el Kommandant estaba muy satisfecho, y que eso había hecho subir muchos puntos a Borman en su consideración. Los pasillos de la prisión olían a cera de suelos, y las celdas a desinfectante. Los antepechos se pintaron de azul prisión, y fueses donde fueses olía a pintura fresca. Pero se había hecho con tiempo suficiente para que el olor hubiese desaparecido cuando llegase el brigadier. A los presidiarios les entregaron uniformes nuevos de lona para que los llevaran sólo durante la visita. Se había hecho esto porque, como habían sido los presos quienes habían limpiado y pintado, y sus viejos uniformes gastados y remendados estaban manchados de pintura, si seguían con ellos puestos se descubriría el juego. El Kommandant quería que el brigadier pensase que todo aquello era normal y que habría encontrado la prisión así en cualquier otro momento en que hubiese aparecido. Después de la inspección, los presidiarios tendrían que devolver sus uniformes y ponerse sus viejas ropas remendadas y raídas hasta que se les cayesen por fin a pedazos. El capitán Smit había organizado la exhibición de boxeo habitual, y el Kommandant se pasaba casi toda la mañana practicando con su pistola en el campo de tiro que había detrás del comedor de los guardias, como hacía siempre antes de cada inspección.

El Kommandant estaba preocupado por el día de la victoria en Europa, que se acercaba rápidamente. Si la victoria llegaba antes de la visita del brigadier, desaparecería la parte verdaderamente cultural del programa, al quedar Doc en libertad. El Kommandant había intentado arrancarle la promesa de que si sucedía eso volvería a la prisión y tocaría para el inspector. Pero Doc no se había pasado cuatro años en la prisión en vano, había aprendido las normas de la vida presidiaria, en la que no se da nada sino es a cambio de algo.



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