La piel by Sergio del Molino

La piel by Sergio del Molino

autor:Sergio del Molino
La lengua: spa
Format: epub
editor: Penguin Random House Grupo Editorial España
publicado: 2020-04-07T14:43:22+00:00


Cuando acaba la jornada de trabajo

Érase una vez, hijo, una cantante de voz aguda que cantaba como una niña fantasmagórica, componía como un ágrafo y bailaba como un epiléptico. Y, sin embargo, compuso, cantó y bailó una de las canciones más importantes del mundo. Por supuesto, tu padre no apreció la importancia de dicha canción hasta que fue muy adulto, tan adulto como lo ves ahora, ya casi en el desguace, en esta edad en que las cosas se dicen como de pasada porque nadie las escucha. Hay que estar muy sordo y ofuscado para no sentirse interpelado por la letra y arrastrado al baile por la música, pero mientras el mundo bailaba y cantaba esa importantísima canción, yo refunfuñaba desde el fondo del bar, parapetado dentro de un burka de algodón cien por cien con dibujos de grupos heavies, perdiéndome no sólo mi propia adolescencia y arruinando el Renacimiento de la piel, sino despreciando una obra de arte sublime que hablaba de mí más que todas las canciones que he escuchado en la vida.

Para entonces, mediada la década de 1990, ya era una canción vieja, aunque no pasada de moda, porque nació clásica. Entonces sonaba mucho en cualquier ocasión, como suena ahora. Puede aparecer en mitad de una película y es raro que falte en una buena fiesta. Hay más de veinte versiones famosas y se ha reescrito en todos los estilos. Se ha ennoblecido con violines, con voces melódicas, con tiempos de jazz, con guitarras acústicas, con armatostes de heavy metal, con arreglos orquestales y hasta con coros de iglesia. Me gustan muchas de ellas, pero la mejor sigue siendo la primigenia: destartalada, organillera y rústica.

Para aquel que por desgracia fui yo, la frivolidad era un delito de lesa juventud, por lo que me irritaban hasta el escalofrío todas las canciones de las listas de éxitos. El pop era la expresión más banal del consumismo capitalista, y nosotros, los nietos de los que perdieron la guerra civil, no podíamos tolerar esa alienación burguesa y esa celebración idiota de la ignorancia, mientras los zapatistas sufrían en la selva Lacandona. Eran tantos y tan graves los problemas del mundo que parecía imperdonable tanta alegría. Menos mal que vino Kurt Cobain a borrar de un escopetazo la purpurina y el confeti, y con él llegaron un montón de tristes metidos en camisas de franela con los que, si bien no se podía hablar porque eran lacónicos, podía uno entenderse y condolerse de la marcha catastrófica del planeta. Algunos hasta se suicidaban, pero la mayoría nos contentábamos con suspirar.

Las chicas sólo quieren divertirse, decía la canción. Y no decía más. El estribillo era el todo. ¿Cómo que divertirse, por dios? Las chicas querrán mirar la lluvia tras los cristales de su cuarto propio o escribir versos de Neruda en la carpeta de apuntes. Desde luego, las chicas de mi barrio no querían divertirse nunca. Las más listas querían que la nota les diese para estudiar medicina. ¿Quería divertirse mi exnovia punk? ¿Se



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