La página número treinta y tres (Spanish Edition) by J.L. Domínguez

La página número treinta y tres (Spanish Edition) by J.L. Domínguez

autor:J.L. Domínguez [Domínguez, J.L.]
La lengua: spa
Format: epub
publicado: 2019-09-14T22:00:00+00:00


Eran las seis de la tarde y estaba sola en casa de Ian. Podría haber empezado a buscar alguna pista entre sus cosas pero no me sentía con fuerza para hacerlo. En su lugar caminé hasta el puerto, subí al Harry & Emma, el barco de Ian, y me senté en la popa. Desde allí veía todos los barcos que entraban en el río Esk desde el mar. Algunos volvían de su jornada de pesca, otros venían del continente con alguna mercancía y muy pocos, por las fechas en que estábamos, regresaban después de intentar avistar ballenas. Trataba de no pensar en nada, y casi lo consigo, pero de repente tuve una corazonada. Me levanté, abrí la puerta y entré en la cabina. En un hueco junto al timón había una radio. Recordé que una vez mis hijos la sacaron y preguntaron a Ian por ella. Él les explicó que era una de las primeras radios que había fabricado y que seguía funcionando como el primer día. Cogí el aparato y, para mi sorpresa, era una Palmer. Muy distinta de la de mi tía Rosa y de la de Ben. De color verde oscuro y gris y el doble de grande que las otras. Llevaba también el doble de pilas y en la tapa de las pilas se leían las iniciales “TTC”. En la parte frontal tenía una serie de pequeños pilotos luminosos, cada uno de ellos sobre un interruptor de palanca y con una letra mayúscula grabada: “B”, “J”,” S”, “R”, “L”. No me lo podía creer, pero era cierto. Esas letras tenían que ser las iniciales de: Benjamin, Julia, Sergio, Rosa y Leo. Junto a la radio encontré unos auriculares también con el anagrama de Palmer. Los enchufé y conecté la radio. Al momento uno de los pilotos se puso de color amarillo. Era el que estaba sobre la letra S, la de Sergio. Intenté escuchar algo a través de los auriculares, pero nada, no se oía nada. Hacía cuatro meses que Sergio había muerto, y no tenía ni hermanos ni hijos. Entonces ¿quién debía tener su radio? y ¿por qué estaba encendida? Lo vi claro. Ian debió ser el radioescucha del grupo, pero no solo eso, muy probablemente fue él quien montó aquel sistema de comunicación secreto, y seguramente por ese motivo le pusieron el apelativo de “Lutier”. Ahora empezaba a entender algunas cosas. El abuelo de Harry trabajó de muy joven como operario en una fábrica de productos electrónicos de la comarca, claro, debió trabajar en la fábrica de Palmer. Busqué en Internet con mi nuevo teléfono para evitar que me rastrearan y, efectivamente, la primera fábrica de Palmer estuvo en Stockton-on-Tees, un pueblo a una hora de Whitby. En esos instantes hubiera querido seguir allí buscando pistas, pero Colin estaba a punto de llegar. Al punto dejé el barco y me fui a casa de Ian.

* * *

Mientras Betty caminaba hacia casa de Ian se produjo una llamada en Zúrich.

—¿Señora Schnieper?

—¿Eres Carl?

—Sí. Soy yo, señora. He querido llamarla directamente a usted antes que a August.



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