La novia vestía de negro by Cornell Woolrich

La novia vestía de negro by Cornell Woolrich

autor:Cornell Woolrich [Woolrich, Cornell]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Policial
editor: ePubLibre
publicado: 1939-12-31T23:00:00+00:00


CUARTA PARTE

FERGUSON

«Comprendí jadeante y temblando de espanto,

que iba a suceder una cosa terrible».

MAUPASSANT, Terreur

I

LA MUJER

No era una exposición muy visitada, incluso para un pintor que sólo exponía sus propios cuadros. Tal vez no era aún bastante conocido. O tal vez lo era demasiado, en sentido peyorativo. Ya que era muy fácil contemplar su obra en un lugar distinto a una galería de arte; uno podía procurársela en el primer quiosco de periódicos, cualquier día del mes. Por la módica suma de veinticinco centavos, podía uno llevársela a casa, en forma de una revista… que no era expuesta a la curiosidad del público. De ahí lo del sentido peyorativo.

Sin embargo, había algunos visitantes. No porque exponía aquel pintor, sino porque era una exposición de pintura. Hay personas que no se pierden una, sea cual fuere el artista, exponga donde exponga. Están los falsos dilatantes que entran para criticar lo que ven y poder hablar de ello en el curso de un próximo cóctel o de cualquiera otra reunión mundana. Un par de marchantes, que lo visitan todo: nunca se sabe quién estará de moda mañana; hay que obrar con prudencia. Tres o cuatro críticos de segunda categoría, obligados a venir. Escribirán media columna en los periódicos del día siguiente. Un artículo alentador, tal vez, pero sólo media columna.

Había también las dos turistas: dos mujeres llegadas de Keokuk, que visitaban la exposición porque a la mañana siguiente tenían que tomar el tren para regresar a su rincón provinciano. Habían decidido visitar al menos una exposición de arte mientras estuvieran en la gran ciudad. Además, el nombre del pintor era muy norteamericano y fácil de recordar, hablarían de él a sus amigas, cuando se reunieran en su pequeño club, el jueves siguiente.

Había, finalmente, la estudiante de la escuela de Bellas Artes. Podía reconocérsela inmediatamente. Tomaba notas. El tipo que se encuentra en los museos, copiando a los antiguos Maestros. Seria, con una ávida curiosidad en la mirada, el cabello corto, unas gruesas gafas, boina, insensible a lo que ocurre a su alrededor, yendo de tela en tela y anotando con signos cabalísticos no se sabía qué en un pequeño cuaderno.

Parecía tener, en pintura, ideas a la vez personales y rudimentarias; no se detenía delante de ninguna naturaleza muerta ni de ningún paisaje. Sólo le interesaban los retratos. Tal vez se había ya especializado, o tenía la intención de especializarse.

Iba, como un ratón, de una estancia a otra. Se apartaba cortésmente cuando alguien se acercaba a mirar una de las telas que ella observaba. Nadie la miraba dos veces. Además, los snobs cognoscenti pontificaban en voz tan alta que concentraban la atención de los asistentes sin gran esfuerzo.

—Sus cuadros son fotografías, desde luego. Hubieran podido ser pintados en 1900, como si Picasso no hubiera existido. Sus árboles son árboles. ¿Por qué ponerles marco? ¡Qué los deje en el bosque, con los otros árboles! ¿Qué hay de particular en un árbol que tiene aspecto de árbol?

—Tienes razón, Herbert: es indignante.

—¡Fotografías! —repitió el marido con aire de reto, mirando a su alrededor para ver si le escuchaban.



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