La novela de Perón by Eloy Martínez Tomás

La novela de Perón by Eloy Martínez Tomás

autor:Eloy Martínez, Tomás [Eloy Martínez, Tomás]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Histórico
publicado: 1984-12-31T16:00:00+00:00


DIEZ

LOS OJOS DE LA MOSCA

El golpe de Estado que me derrocó en setiembre de 1955 fue encabezado por Eduardo Lonardi, un general temulento que ya me había traicionado en Chile veinte años antes, y al que por compasión perdoné. No duró en el poder sino unos pocos meses. Lo reemplazó un general que había sido alumno mío en la Escuela Superior de Guerra, de nombre Pedro Eugenio Aramburu. Era un hombre inepto para todo, menos para la perversidad.

Al primero lo liquidó la cirrosis. Tuvo el triste fin que se merecía. Del segundo se encargará el pueblo alguna vez. El pueblo no dejará sin venganza los estropicios que nos hizo ese canalla. Aramburu entregó el país a los intereses extranjeros, fusiló sin misericordia a los patriotas que se le rebelaron y mandó a esconder o a destruir (sólo Dios sabe eso) el cadáver de Evita, para que el pueblo no pudiera venerarlo. Esos crímenes nunca quedan impunes.

PERÓN al autor, junio 29 de 1966.

I

YO MATE AL GENERAL PEDRO EUGENIO ARAMBURU.

Muchas veces ha recordado Zamora la orgullosa cara que dijo esas palabras en la neblina del café Gijón, Madrid, hace ya dos años. Y ahora vuelve a verla marchando por el Camino de Cintura, ahora que el fogonazo de aquella cara única penetra en él como un láser (el hoyuelo profundo del mentón, el pelo rubio), oye nítidamente las cicatrices que cada sílaba ha ido dejando en su memoria: Yo lo maté y vos nunca podrás escribirlo. Si lo hicieras, Zamora, sería tu fin. Te quedarías sin familia. Se acabaría tu historia. Yo ejecuté a ese hombre. No es tan difícil entender por qué.

Las cosas pasan de dos maneras: o todas de una vez, o no pasa ninguna. ¿Cómo abarcar hasta la última entraña dispersa de la realidad, y no extraviarse? Emiliano Zamora, redactor especial del semanario Horizonte, siente de pronto indefensión y pequeñez. Su Renault 12 avanza entre las telarañas de la muchedumbre, a contramano. ¿Cómo hacer? ¿Simplemente narrando los tiempos y lugares tal como ellos se abren paso en las espesuras de la conciencia? ¿Cómo? ¿Con las ovejas de la razón o con la fatalidad de los sentidos?

Quién no se marearía con la opresión de tanta gente. Hasta en los atajos de lodo de la carretera florecen miles de cuerpos que peregrinan hacia el palco de Perón en Ezeiza. Un batallón de bombos cruza el campo del Tiro Federal, en Santa Catalina. Cerca de la estación de Monte Grande, los escudos de guerra de los kioscos congestionaban el tránsito. El Renault de Zamora ha ido desviándose hacia la izquierda siempre, en procura del centro de Buenos Aires. (¿Dónde ha leído que doblando a la izquierda se llega infaliblemente al patio de los laberintos?)

Mientras busca los claros del torrente, con el auto inclinado —vencido casi— sobre la zanja de la cuneta, Zamora prende y apaga la radio, incrédulo por los abusos de la imaginación con que los locutores, entre una zamba y otra, vuelven a la palabra sacra: General.

Una mosca se posa en el espejo del automóvil, afuera.



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