La Nota by Antonio González

La Nota by Antonio González

autor:Antonio González
La lengua: spa
Format: epub
editor: Books on Demand


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Capítulo XII

La media hora del recreo del miércoles transcurrió sin ningún incidente apreciable, a excepción de la terrible caída de un alumno que había decidido trepar por un árbol de los que dan sombra en las cercanías de las nuevas pistas deportivas. El grupo de compañeros que jaleaban tal hazaña no previeron la caída con la suficiente antelación como para evitar que Juan, de doce años, se fracturara el húmero y la clavícula derecha. Tendrá que pasar mucho tiempo antes de que sus amigos más cercanos puedan olvidar el terrible sonido que produjeron aquellos huesos al crujir antes de romperse. Afortunadamente, Miguel, que hacía guardia de recreo, pudo poner en práctica todo lo aprendido durante las clases de primeros auxilios que recibió durante el verano. No dudó en comprobar si había algún tipo de sangrado, no tardó mucho en inmovilizar la zona a la que Juan llevaba sin cesar su mano izquierda, solicitó a voces que le trajeran bolsas de hielo o de congelados guardados en los arcones de los que disponían los alumnos de la formación profesional básica de cocina y, por último, pidió desde su teléfono móvil, la asistencia de una ambulancia. Al día siguiente, Juan, luciría ante sus atónitos compañeros una maravillosa escayola que, bajo un cabestrillo, fue el blanco de la escritura de todos ellos durante más de tres meses.

Pero Sonia, Alberto y Mario no estaban para accidentes de niños. A pesar de la tranquilidad que les infundió don Francisco, había algo que les producía un enorme resquemor interior. No se sentirían completamente satisfechos hasta saber que alguien o algo había podido parar la locura que se cernía sobre ellos. Durante el recreo, los tres amigos pasaron el rato paseando, con la mirada perdida, como si nada ni nadie los alterara, impertérritos ante los estímulos externos. Sólo había algo que los hacía moverse sin parar, el ansia de saber qué estaba pasando, de saber si el potencial suicida había, por fin, desistido de su amenaza. El desconocimiento era aún peor que la propia certeza del suicidio. Por supuesto no querían que se produjera nunca algo así, pero la incertidumbre los comía por dentro.

– ¿Sabéis? Tengo unas ganas locas de que termine el día de hoy y de irme el sábado con mis padres a la playa. – Dijo Sonia, intentando iniciar una conversación.

– Ah, a la playa. ¡Qué suerte! – Dijo entre dientes Alberto.

– Sí. Tenemos costumbre de ir en septiembre, cuando hay menos gente.

– La última vez que fuimos a la playa, éste y yo nos confundimos de autobús para volver y terminamos en Badajoz. Esa misma madrugada el padre de Alberto nos tuvo que recoger con su coche. – Contó Mario.

– ¡Vaya par de despistados! ¿Cómo os pudisteis confundir así?

– Ya sabes, estábamos medio dormidos. Eran ya casi las nueve y media de la noche. En fin… que somos unos despistados de cojones.

– Bueno, al menos lo pasamos bien. Fue una anécdota divertida. Nadie salió herido y... todos contentos – Añadió Alberto.

– Pues si queréis, nos podríamos ver allí.



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