La Noche Buena by Luis Romero

La Noche Buena by Luis Romero

autor:Luis Romero [Romero, Luis]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Realista, Otros
editor: ePubLibre
publicado: 1960-01-01T00:00:00+00:00


Ha limpiado lo mejor posible el interior del vagón. Primero lo ha hecho con los pies, luego con ayuda de un cartón; y hasta con las manos. Todavía huele a establo; es uno de los vagones que emplean para el transporte de ganado. La paja limpia la ha dejado extendida en el suelo; siempre calienta algo. Se diría que este olor a los animales —vacas o terneras— que permanecieron en el vagón, conserve todavía una parte de su calor.

Desata el colchón y lo despliega. María se sienta en él, apoyando la espalda en la pared. Está acobardada, y su miedo se le adivina en la expresión de los ojos, y en los pulgares que oculta recogidos entre los demás dedos. Mientras se encaramaba al vagón, un dolor agudo y significativo le ha desgarrado el interior del vientre. Teme que sea uno de esos ataques precursores que tantas veces ha oído explicar a las mujeres de su familia y a las vecinas del pueblo.

José ha abierto la maleta. Aparta un serrucho, un berbiquí, la gubia, y algunas otras herramientas que forman parte de su equipaje; después, a tientas, se ha puesto a buscar las toallas. María le ha pedido que las tenga preparadas, por si acontece lo que ella comienza a temer que va a ocurrir.

Las herramientas quedan sobre las tablas que forman el suelo del vagón; le parecen extravagantes, innecesarias. Las metió en esta maleta porque le resultaba imposible desprenderse de ellas. Su presencia, ahora, le entristece. Está enervado; el frío y la soledad acentúan su desamparo.

El descontento de sí mismo, la sensación de haberse dejado desorientar y vencer, sin oponerse con suficiente coraje, se abren oscuramente en su ánimo un insidioso camino. El silencio sobre el anchuroso recinto, los vagones en fila formando trenes inútiles en su inmovilidad, el resplandor de la estación de viajeros de donde fueron arrojados, las numerosas vías sin destino; todo les acorrala contra estas paredes precarias que se ven obligados a aceptar como hogar y como blocao.

Forcejeando consigue cerrar una de las puertas corredizas del vagón; la otra la deja abierta. Así, por lo menos, no estarán completamente a oscuras. Tienen una bujía, un cabo de vela; prefiere guardarlo como reserva; de encenderlo ahora, pronto se extinguiría.

—María, ¿tú crees que ese dolor…?

—Mucho me lo temo; también pudiera ser que al subir haya hecho un esfuerzo…

—¿Quieres que salga de aquí, que vaya a la ciudad a buscar auxilio? Debe de haber hospitales, y en un caso semejante no van a dejarnos abandonados.

—No; por favor, no te muevas de mi lado. ¿A dónde ibas a ir? ¿A quién recurrirás? Todo está muy lejos, te perderías. No quiero quedarme sola ni un minuto, tengo miedo ahora.

—Ahí, en la estación, podría encontrar alguien. No está tan lejos… Cruzando por estas vías, hacia allá, debe llegarse.

—No, quédate conmigo. Que por lo menos estés tú para acompañarme… Además, si se enteran de que nos hemos metido aquí, ¡quién sabe lo que podrían hacernos!

No quiere que José se aleje de su lado.



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