La mujer que llegó de la nieve by Claire Delacroix

La mujer que llegó de la nieve by Claire Delacroix

autor:Claire Delacroix
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Romántico
publicado: 2005-08-09T22:00:00+00:00


—Pues entonces aceptadlo como detalle.

Él cogió la redoma de entre los dedos de Eleanor y la observó con burlón escepticismo.

—Esto y el anillo de plata —musitó—. Me parece, señora, que en esta poción debe de haber algo extraño. O tal vez ésta no es, en verdad, mi hermana Isabella.

—¿En verdad? —inquirió Eleanor, bajando la voz para imitarlo.

—Oh, es una belleza, sí, pero está muy aferrada a sus posesiones. No acostumbra desprenderse de nada que tenga valor.

—¡Oh, podríais darme las gracias! —exclamó la muchacha.

Eleanor retiró el tapón y ambos olfatearon al unísono.

—Espliego —reconoció ella—. Con rosa y miel, según creo. —Apoyó una mano en la de Alexander y lo miró a los ojos centelleantes—. Debo confesar que esta mezcla de esencias siempre me ha resultado muy tentadora.

Su esposo vertió todo el contenido de la redoma en la tina humeante. Luego sonrió con aire travieso.

—¿Os sentís tentada, milady?

—Y no sólo por la mezcla de esencias, sin duda. —Sonrió, disfrutando de las provocaciones a su joven cuñada.

Pero la mirada de Alexander se tornó apasionada. Se giró abruptamente hacia su hermana, señalando la puerta.

—Ya deberías retirarte.

—¡Vaya, justo cuando las cosas comenzaban a ponerse interesantes! —protestó de buen humor—. Jamás sabré la verdad de lo que sucede entre marido y mujer.

—Razón de más para escoger esposo cuanto antes —dijo Eleanor.

Alexander rió, para confusión suya, mientras Isabella alzaba las manos al techo.

—¡Ya habláis igual que él, y sólo en dos días! —se lamentó.

Luego desapareció entre risas. Alexander cerró la puerta a su espalda y le echó la llave con un ademán exagerado. Luego arrojó la llave al aire y la atrapó para lanzársela a su esposa.

Ella, aunque sorprendida, logró cogerla.

—Ayer, cuando puse el cerrojo, tuvisteis miedo —observó él en voz baja, relucientes los ojos—. No me gusta ver el miedo en una mujer. Y no me parece adecuado que una dama se sienta obligada a huir de una alcoba que debería considerar suya. Esta llave estará siempre en vuestras manos.

Eleanor palpó el metal frío, sonriente, y se la ató al cinturón; le agradaba que su nuevo esposo fuera perspicaz y amable. Tal vez no había nada de malo en confesar un par de secretos, siempre que tales gemas fueran entregadas a la persona correcta.

¿Se atrevería a confiar en que ese esposo suyo fuera la persona correcta?

—Tanta consideración merece una recompensa —musitó mientras se quitaba los zapatos.

Alexander miró en derredor, fingiéndose confuso.

—Es que a mi vida no parece faltarle nada —dijo, arrugando el entrecejo—. Tengo una esposa bella, mis hermanos gozan de buena salud y mi torreón es acogedor.

Que fuera capaz de enumerar sinceramente todo lo bueno que tenía, aun cuando sus arcas estaban vacías, reconfortaba el corazón. Eleanor se detuvo ante él y le tocó el mentón. Había allí una sombra de barba que picaba contra los dedos. Él la observó con una leve sonrisa, sin apurarla ni exigirle nada. Ella se puso de puntillas para rozar con los labios aquella sonrisa.

—Sólo se me ocurre una cosa que os falta —murmuró contra su cuello. El sabor de Alexander le aceleró la sangre y le secó la boca.



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