La mujer que buceó dentro del corazón del mundo by Sabina Berman

La mujer que buceó dentro del corazón del mundo by Sabina Berman

autor:Sabina Berman [Berman, Sabina]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Drama
editor: ePubLibre
publicado: 2009-12-31T16:00:00+00:00


Hormigas aserreras habían trozado con sus fauces filosas la Biblia de Jerusalén y se la llevaban letra por letra al cráter del hormiguero donde se integraban al remolino de otras 7 líneas de hormigas que cargaban los pedacitos de una hoja muy verde, antes de meterse arena adentro.

De lo poco alegre que sucedió en esos años que mi tía Isabelle llamó los años del No y del Nunca.

Nunutsi se cruzó con un gato atigrado pero en lugar de preñarse se fugó quién sabe adónde. Los judíos sobrevivientes del holocausto nunca se aparecieron en el muelle 4 para ver los cadáveres negros de los atunes. Y en cuanto al Secretario de Pesca, no lo volvimos a ver, sino hasta 5 años más tarde, cuando Mazatlán amaneció con la foto de su melena blanca y su sonrisa perfecta colgada en cada poste.

Era el candidato del PRI a la presidencia del país y el periódico de Mazatlán salió ese mismo día con el encabezado:

Fallarle a Mazatlán: seguro ascenso político.

En esos tiempos en que todo falló, también falló ese augurio. El PRI perdió por primera vez en 70 años la elección para la presidencia.

Por suerte, mucho antes que eso, vinimos a enterarnos con más precisión de cómo fracasó la venta de nuestros atunes libres de estrés y delfines. Eso ocurrió 2 años después de su pesca, cuando el señor Gould apretó con su dedo índice el timbre de la casona de mi tía Isabelle.

La Gorda se tardó lo que suele tardarse en ir a abrir la puerta, 5 minutos.

El señor Gould dijo que venía buscando a la señorita Capacidades Diferentes y la Gorda lo pensó duro, achicando los ojos, y después le respondió que sí, sí vivía ahí, pero no, no estaba en ese momento.

Voy a esperarla dentro, dijo el señor Gould con tal autoridad que a la Gorda ni se le ocurrió discutirlo y le franqueó el paso.

El señor Gould se quitó la cachucha roja de beisbol en medio de la sala de piso de mármol ajedrezado y oteó el plano enmarcado en madera negra. Se detuvo ante otro cuadro, un óleo color naranja de una mujer desnuda rodeada de penes, se inclinó a leer la plaquita en el marco en la que estaba escrito «Mujer amenazada por peces», la Gorda sonrojada se disculpó diciendo que lo había pintado el nuevo novio de la señora Isabelle, que era un indio zapoteco, Gould fue a acomodarse en el mejor sofá, un sofá de terciopelo rojo, y se quedó mirando la lámpara matamoscas que para entonces había instalado Yo colgando del techo de la sala.

3 moscas tocaron la espiral del tubo de luz azulosa, se achicharraron con un zumbido y cayeron en vertical a la bandeja de níquel con agua fresca que las esperaba en el piso.

Gould dijo:

Excellent.

Tendría 70 años, la cabeza ovalada y perfectamente pelona, como un huevo, sus piernas fuertes recubiertas de vello rubio salían de sus bermudas blancos con mil arrugas y aterrizaban en unos huaraches negros con suela de llanta de tráiler.



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