La muerte de la Pitia by Friedrich Dürrenmatt

La muerte de la Pitia by Friedrich Dürrenmatt

autor:Friedrich Dürrenmatt [Dürrenmatt, Friedrich]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Relato, Drama
editor: ePubLibre
publicado: 1979-12-31T16:00:00+00:00


La muerte de la Pitia

(1976)

La sacerdotisa délfica Paniquis XI, alta y enjuta como la mayoría de sus predecesoras, fastidiada por lo absurdo de sus oráculos y la credulidad de los griegos, acababa de escuchar al joven Edipo; uno más que le preguntaba si sus padres eran realmente sus padres, como si decidir algo así fuera fácil en los círculos aristocráticos, donde aún había esposas que pretendían haber sido fecundadas por el propio Zeus y maridos que se lo creían. Claro está que en esos casos la Pitia respondía simple y llanamente a los consultantes, ya de por sí escépticos: «En parte sí, en parte no», pero esa vez todo le pareció una real tontería, quizá porque eran ya más de las cinco cuando el pálido joven llegó renqueando —en realidad ella hubiera debido cerrar el santuario—, de modo que le profetizó —acaso para curarlo de su creencia supersticiosa en las artes oraculares, acaso porque su mal humor del momento la animó a incordiar al jactancioso príncipe de Corinto— cosas totalmente absurdas e inverosímiles que, de eso estaba segura, jamás le ocurrirían; pues, pensó Paniquis, quién sería capaz de asesinar a su padre y acostarse con su propia madre: todas esas historias de dioses y semidioses incestuosos eran para ella simples fábulas. Cierto es que sintió un ligero malestar cuando el desmañado príncipe de Corinto empalideció al oír su oráculo, lo advirtió pese a estar sobre su trípode, envuelta en los vapores; aquel joven debía de ser de una credulidad extraordinaria. Luego, cuando abandonó discretamente el santuario tras haberle pagado al sumo sacerdote Méropo XXVII (que les cobraba personalmente a los aristócratas), Paniquis siguió un rato a Edipo con la mirada y meneó la cabeza al ver que el joven no enfilaba el camino a Corinto, donde vivían sus padres; descartó, sin embargo, la idea de haber provocado una desgracia con su oráculo burlón, y al reprimir esa desagradable sensación, olvidó a Edipo.

Con ser ya muy vieja, se arrastraba por su interminable cadena de años en disputa permanente con el sumo sacerdote, que obtenía con ella pingües beneficios gracias al carácter cada vez más festivo de sus oráculos. Ella misma no creía en sus respuestas, antes bien pretendía burlarse con sus vaticinios de quienes creían en ellos, con lo que sólo conseguía despertar una fe siempre más incondicional en los creyentes. Paniquis se pasaba la vida vaticinando, y por entonces ni pensaba en jubilarse. Méropo XXVII estaba convencido de que cuanto más vieja y mentalmente débil era una pitonisa, tanto mejor, y todavía más si estaba moribunda; la predecesora de Paniquis, Crobila IV, había formulado sus oráculos más valiosos estando ya agonizante. Paniquis se propuso dejar de vaticinar cuando llegara a ese estado, quería al menos morir con dignidad, sin decir tonterías; que ahora aún tuviese que decir alguna que otra, era ya bastante humillante. A ello se sumaban las deplorables condiciones de trabajo. En el santuario había mucha humedad y corrientes de aire. Por fuera parecía espléndido, del más puro estilo protodórico; por dentro era un antro de piedra caliza, sórdido y mal aislado.



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