La muerte asiste a la boda by A. Somers Roche

La muerte asiste a la boda by A. Somers Roche

autor:A. Somers Roche [Somers Roche, A.]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Intriga
editor: ePubLibre
publicado: 1945-11-14T16:00:00+00:00


CAPÍTULO XIII

A mi izquierda, a pocos metros de distancia, se veía la puerta que daba al restaurante. Oí voces que llegaban desde allí, entre ellas la de Little Jack. No pude distinguir las palabras, y resistí la tentación de acercarme a la puerta para escuchar.

A mi derecha el angosto corredor se extendía hasta una distancia sorprendente. No había visto el espectáculo que se representaba en el cabaret, pero al pasar entre las hileras de puertas a cada lado del corredor, me maravillé por el número de camarines. Luego, al ver frente a mí una puerta que daba a la calle, me di cuenta de que Little Jack había comprado este lote con la intención de proveer a algunos de sus clientes de una salida rápida a la calle y no para alojar a sus artistas.

Me sorprendió no hallar a nadie de guardia en esta puerta que daba a la Séptima Avenida. La puerta estaba asegurada con una cadena de seguridad y una llave que se podía abrir desde el interior.

Tres o cuatro escalones me llevaron a la acera y dirigí una rápida mirada hacia el sur. Vi un coche celular que cruzaba la Séptima Avenida y se dirigía, indudablemente, a la entrada pública del cabaret de Little Jack. Detrás del automóvil venía una ambulancia.

Al llegar a la primera esquina doblé hacia el este y al cabo de un momento me hallaba en una tranquila calle transversal. De pronto oí una voz que me decía:

—¿Taxi, patrón?

Miré por sobre el hombro y reconocí el rostro de Tim Malloy que había cumplido sus promesas de acuerdo con mis esperanzas. Ascendí al vehículo y el conductor lo lanzó rápidamente hacia el norte.

—He perdido diez kilos desde que le vi por última vez —afirmó Tim—. Oí las conversaciones en la puerta del cabaret. Primero se rumoreó que habían matado a un tipo y que todos buscaban abrigo de las balas. Luego el portero nos dijo que a Rags Kennedy lo había despachado un tipo llamado Roberts.

Miró por sobre el hombro; pero yo no le respondí.

—Bien, me quedé en la esquina de la Séptima Avenida, desde donde podía vigilar ambas calles —prosiguió— y lo esperé a usted. Oí que decían que Roberts había escapado, pero noté que no tenían apuro por llamar a los polis, y me pareció todo muy raro. Patrón, ¿es usted Roberts?

Me lo preguntó de pronto. Yo metí la mano en el bolsillo y empuñé la pistola. No podría engañar a Malloy. Era muy posible que me siguiera siendo leal si le decía la verdad de lo ocurrido.

—Bien, ¿y si lo fuera? —respondí.

—¿Despachó usted a Kennedy? —me preguntó.

—No —le respondí— fue una trampa que me prepararon.

—Y no es muy difícil de creerlo —me dijo—. Todo el mundo sabe que Little Jack estaba ansioso por matar a Rags. Pero ¿qué posibilidades tiene usted de eludir la acusación?

—No tendré necesidad de eludirla. Si me llegan a ver, moriré por resistirme a la autoridad.

—Un tipo que maneja un taxi en esta ciudad no se queda tonto por mucho tiempo —dijo Malloy—.



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