La maravilla de los diez días by Ellery Queen

La maravilla de los diez días by Ellery Queen

autor:Ellery Queen [Queen, Ellery]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Policial
editor: ePubLibre
publicado: 1947-12-31T16:00:00+00:00


FIDELITY

3 kilómetros.

La bifurcación contenía un camino terrero, profundo y pegajoso. La tierra no sólo se pegaba a las ruedas sino que se hundía, se elevaba, y parecía una zorra al correr. Al cabo de treinta segundos, Ellery perdió de vista a Howard.

El detective empezó a maldecir, burbujeando como una ballena en tanto luchaba con el coche.

Su cuentavelocidades descendió a 18, a 14 y por fin a 9 kilómetros hora.

Se aferró al volante con desesperación, sin importarle si atrapaba o no a Howard. Estaba sentado en un charco y se mojaba más cada vez que se movía. Sentía los regueros de agua resbalando por su nuca. Ya hacía tiempo que había dado toda la potencia a los faros; sin embargo, lo único que alcanzaba a ver era el interminable muro de agua, y unos árboles húmedos a ambos lados del camino. Pasó por delante de unas casuchas miserables.

También pasó junto al coche de Howard antes de darse cuenta.

No había ningún pueblo. Y estaban a menos de tres kilómetros de la bifurcación. ¿Por qué se había parado allí Howard, en el centro de ninguna parte?

Tal vez la amnesia tuviese su propia lógica. Claro.

Howard no se había parado solamente, sino que había vuelto el coche hacia el Sur.

Ellery luchó con su coche hasta que también lo tuvo en la misma dirección. Lo detuvo a unos veinte metros del otro, apagó el motor y los faros, y saltó al empapado suelo.

Inmediatamente, se hundió en el barro hasta los tobillos.

El coche estaba vacío.

Ellery sentóse en el guardabarros del auto y cansinamente se frotó su mojado rostro con una mano más mojada aún.

¿Dónde diablos estaba Howard?

Esto no importaba. Nada importaba salvo el delicioso e inalcanzable baño caliente y luego unas ropas secas. Pero como cuestión de simple interés científico: ¿dónde estaba Howard?

Ah, las pisadas.

No obstante, el barro impedía todo rastro.

Además, Ellery no tenía ninguna linterna.

Ellery decidió aguardar unos minutos. Luego, si el joven no aparecía, ¡al diablo con él! Era imposible ver a través de la lluvia. Sin luna…

Por la fuerza de la costumbre se puso en pie, aunque a regañadientes, abrió la portezuela del coche, y palpó por el tablero con la mano mojada.

Sólo entonces descubrió que Howard se había llevado las llaves. Entonces divisó la luz.

Era una luz curiosa, que parecía parpadear breves instantes. Pero reaparecía. Estaba fija un momento, se esfumaba y reaparecía, se esfumaba y reaparecía.

La luz parecía trasladarse de un punto a otro, a cierta distancia, no por el embarrado camino, sino a un lado, mucho más allá del coche.

¿Se trataba de un prado?

A veces, la luz se pegaba al suelo. A veces, estaba a la altura de la cintura de un Hombre.

Luego, de pronto, se inmovilizó un segundo y Ellery captó un destello de una masa oscura coronada por un sombrero ancho.

¡Howard usaba una linterna!

Ellery dio la vuelta al auto con las manos extendidas al frente. Probablemente, pensó, metiendo las manos de nuevo en el coche hacia el tablero, habría otra linterna en el compartimento de guantes… Claro que otra luz podía asustar a Howard.



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