La magia de Pepe Chang by Lou Carrigan

La magia de Pepe Chang by Lou Carrigan

autor:Lou Carrigan
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Policial
publicado: 2019-05-25T22:00:00+00:00


CAPÍTULO VI

El dueño del bar se volvió, sonriente, tendiendo el teléfono hacia el simpático cliente.

—Para usted, señor Chang.

Pepe Chang se desplazó al extremo del mostrador donde estaba el teléfono, dio las gracias al propietario del local, y atendió la llamada.

—¿Si?

—…

—En efecto, Pedro —sonrió el mago—, soy yo. Me alegra mucho que haya estado escuchando la radio, pues me he gastado mis buenos dólares en conseguir que mi mensaje fuese radiado.

—¿…?

—Pues, tal como decía el mensaje radiado, Miguel está en apuros, y he pensado que quizá sería conveniente que usted y yo llegásemos a un acuerdo.

—¿…?

—¿Qué clase de acuerdo? Bueno, éste no es lugar para hablar sobre ello. Por otra parte, tal como decía el mensaje, yo sólo voy a estar aquí quince minutos. Es decir, de ocho y cuarto a ocho y media…, pues no me gustaría que otras personas, que quizá también lo hayan oído, localicen este lugar y vengan a verme. Así que dígame dónde podemos vernos, para que yo pueda salir inmediatamente de aquí.

—…

—¿Desconfía usted de mí? Como quiera. Intentaré arreglármelas solo para ayudar a Matilde Robles.

—¡…!

—Todavía no le ha pasado nada, pero preveo un mal futuro para ella, si realmente está en complicidad con Miguel.

—¿…?

—Desde luego: yo haré lo que usted quiera. Acepto de antemano todas las condiciones que quiera poner.

—¿…?

—Olvídese del Jaguar Club. Si apareciese por allí, quizá no viviría lo suficiente para llevar a cabo mi actuación. Eso se arreglará en otro momento. Usted diga lo que quiere que haga, y yo lo haré, Pedro.

—…

—Sí… Sí, sí.

—…

—Sí. Sí, claro que acepto. A las once. De acuerdo. Hasta luego.

Colgó, pagó las dos copas de tequila que se había bebido mientras esperaba, y salió del local. Eran las ocho y veintiséis minutos, y la calle Cuarenta y Dos estaba atestada. Hermosa noche de verano… Un tanto cargada la atmósfera. Había luces por todas partes… Y chicas. Cientos, miles, millones, billones de chicas bonitas que pasaban junto a él, riendo, la mayoría mirándole con una prometedora sonrisa en los labios…

Llegó poco después adonde había estacionado la furgoneta, entró, y se acomodó ante el volante, mirando a «Lupita», que, en el asiento contiguo, comenzó a desperezarse, maullando dulcemente.

—¡Hola, gatita! —le sonrió Pepe Chang—. Sigue durmiendo; nos vamos otra vez de paseo.

De la amplia guantera sacó un plano del Estado de Nueva York, que estuvo examinando a la luz del interior del vehículo… Tal como había imaginado, la localidad de Milford estaba cerca de New Haven; a doce millas, exactamente. Así pues, como la noche anterior, tenía que ir por la Estatal 95, hasta el cruce de Milford.

«Lo cual —pensó— me llevará unas dos horas, más o menos. Y si ahora son las ocho y treinta y cinco, quiere decir que dispongo de casi dos horas y media. Va bien».

Partió en dirección al Bronx, a cuya salida tomó la 95, sorteando así New Rochelle. A su derecha estaba el mar, salpicado de luces de embarcaciones. Más allá, Long Island, como un ascua de luz.

«Me estoy metiendo en un buen lío —se dijo—.



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