La magia de aquel día by Clara Albori

La magia de aquel día by Clara Albori

autor:Clara Albori
La lengua: spa
Format: mobi
ISBN: 9788408149941
editor: Grupo Planeta
publicado: 2016-02-08T23:00:00+00:00


CAPÍTULO 20

—¡No ha tenido gracia! —explicó Lorena golpeando a Joel—. No veas la vergüenza que he pasado.

Cuando Lorena abandonó la casa de su amiga, se dirigió a la de Joel para que fuera él quien guardara la maquinita de Javier. Este la miró asombrado. No se podía creer que Lorena le estuviera pidiendo que él ocultase un juguete de su hermano, pero, tras los argumentos de Lorena de por qué quería eso, Joel asintió y lo hizo. Mientras se tomaban un café con hielo y Baileys, Lorena le contó lo vivido hacía un rato en casa de Noa.

—Me hubiera gustado verte. Esos dos casi desnudos con cuatro policías y tú en medio roja como un tomate.

—¡Ay, vale ya!, y deja de reírte o te la cargas —amenazó Lorena señalándole con un dedo.

—Lo siento, cielo, pero es que no puedo evitarlo —aducía Joel sin parar de reírse—. Hubiese pagado por veros a los tres.

Lorena, enfadada por la guasa de la que estaba siendo objeto, no lo dudó y le tiró el contenido del vaso a la bragueta, lo que hizo que de inmediato Joel dejara de reír.

—¡Por listo! A ver quién bromea ahora.

Joel levantó la vista de sus pantalones y clavó su verde mirada en la chica, que ahora sonreía. Lorena, al percibir el enfado de Joel, salió disparada de la cocina, seguida muy de cerca por los pasos de Joel. No obstante, la alcanzó enseguida y la cogió por la cintura echándosela al hombro. A pesar de las patadas y puñetazos de Lorena para exigir que la soltara, él hizo caso omiso y la llevó a la ducha, donde, tras abrir el agua fría, la metió dentro.

—¡Está fría! —gritaba Lorena.

Intentaba salir de allí, pero Joel se lo impidió del modo más eficaz: metiéndose él también. Las ropas de ambos quedaron empapadas, dejando así ver sus cuerpos casi al descubierto. Joel cerró el grifo y la aprisionó contra la pared alicatada, colocando los brazos a ambos lados de la cabeza de Lorena.

—Creo que me sigo riendo yo… —concluyó antes de atrapar con voracidad los labios de su víctima.

Lorena le echó los brazos al cuello para hacer más profundo su beso y le fue levantando la camiseta para deshacerse de ella. Joel la imitó y dejó a Lorena con un sencillo sujetador que desapareció medio minuto después liberando los pechos, que no tardó en saborear. Lorena se arqueó mientras sentía las caricias de la lengua de Joel y deslizó una mano hasta el botón del vaquero de él para desabrocharlo. Él comenzó a besar cada centímetro de la piel de ella, hasta que Lorena no pudo más.

—Joel…, para. Te necesito dentro…, por favor —suplicó Lorena.

Cumpliendo su deseo, Joel comenzó a hacerle el amor como él sabía: con mimo y con ternura, hasta que ambos se liberaron.

—Al final hemos ganado los dos —dijo Lorena mirándole a los ojos y mostrando una de sus sonrisas—. Tú te has reído de mí, yo de ti, los dos nos hemos mojado y hemos acabado medio tumbados desnudos en tu ducha.



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