La librería de Michelle by Verónica Fernández

La librería de Michelle by Verónica Fernández

autor:Verónica Fernández [Fernández, Verónica]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Otros
editor: ePubLibre
publicado: 2017-06-01T00:00:00+00:00


OPTALIDÓN

«El príncipe que no sepa ser amigo o enemigo decidido se granjeará con mucha dificultad la estimación de sus súbditos. Si están en guerra dos potencias vecinas, debe declararse por una de ellas, so pena de hacerse presa del vencedor, sin ningún recurso, y alegrándose el mismo vencido de su ruina; porque el vencedor no podrá mirar con buenos ojos a un enemigo incierto, que le abandonaría al primer revés de la fortuna, y el vencido nunca le perdonará que se haya mantenido tranquilo espectador de sus derrotas», decía Maquiavelo en El príncipe. Había estallado una guerra y yo era incapaz de tomar partido de una forma decidida. Nunca había sentido que la desaparición de Moreno tuviera que ver conmigo. Cuando vi emocionarse a Alejo hablando de él como si fuera un mártir de la clase obrera, me daba envidia. Cuando María Teresa insinuó que había tenido algo que ver con el incendio del aserradero, no le di crédito. Cuando Moi quiso sumarse al carro de la difamación y me confesó que creía que era el autor de las pintadas en su casa, me di cuenta de que les era muy útil tener una cabeza de turco para poder cargarle todos los pecados. Cuando Michelle se abrió paso entre la gente y los versos de Machado como una heroína revolucionaria, quise seguirla. Cuando mi hermano usó su autoridad para despojarme de cualquier compromiso, no fui capaz de plantarle cara. Cuando después de cuarenta y ocho horas y gracias a la intervención de mi padrino, sin duda el mejor abogado de Soria, todos los detenidos fueron puestos en libertad, sabía que aquello no había hecho nada más que empezar.

Fueron dos días de incertidumbre en los que la ley del silencio se impuso en Vinuesa. Entre los detenidos estaban Mikel e Iñaki Bengoechea; Fidel, el hijo de Beltrana, íntimo de Armando, comunista confeso; Pilar y Carmen, las hijas del secretario del ayuntamiento, que estudiaban en Madrid y tenían fama de ser muy combativas; José Bartolomé, el Sampedrano, también amigo de mi hermano, que trabajaba en una ebanistería en Soria; el Lupas, Martín y Galindo, tres chicos de Salduero que habían estudiado como yo en los jesuitas y que habían montado un bar en Burgos; Michelle, Armando, Alejo y otros treinta y ocho. Sabíamos que la cosa se podía complicar si los detenidos tenían antecedentes. No había habido consignas políticas, ni violencia: solo una pancarta, un poco de ruido y una pregunta. Era lógico suponer que la Policía Armada había intervenido en la protesta para que no derivara en otra cosa y que había sido Sangüesa el que había pedido ayuda para controlar a la gente. Volví a pensar en Michelle, me preguntaba si era asidua a las manifestaciones, si pertenecía a algún partido político, si había estado en la cárcel después de alguna revuelta en las calles de París. No tenía respuestas.

Yo podía meter la cabeza bajo el ala de algún buen libro y fingir que lo que había pasado no me importaba lo más mínimo, pero no era verdad.



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