La justicia de los errantes by Jorge Díaz

La justicia de los errantes by Jorge Díaz

autor:Jorge Díaz
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Realista, Novela
publicado: 2012-05-23T23:00:00+00:00


* * *

Valenzuela ha puesto a funcionar desde el ministerio a toda la policía. Sólo hay una prioridad: se busca una mujer de veintiséis años con una hija de cinco. La niña tiene una ligera cojera al andar. Algún colaborador aventura la hipótesis de un secuestro: el inspector ha recibido muchas amenazas de los anarquistas y son como perros, capaces de todo; Francisco Ascaso, uno de los Solidarios, llegó a advertirle personalmente que su hija estaba en el punto de mira. Valenzuela tiene, durante unos instantes, una duda: ¿y si fuera verdad? Preferiría enfrentarse a los anarquistas que a su esposa —con aquéllos sabe a qué atenerse, con Rosa no—, pero descarta la idea enseguida: los secuestradores no preparan la maleta de sus víctimas antes de salir de casa, ni se acuerdan de llevarse sus muñecas favoritas. El equipaje lo ha hecho Rosa, es su venganza; la lleva preparando desde la noche del atropello. Quizá aquel día Ernesto se equivocó. Por mucha ira que sintiera en aquel momento, no debió golpear a Rosa.

Supone que habrá viajado a Pamplona, a casa de su familia. Saldrá tras ella; cogerá un tren por la mañana para ir a buscarla. Su viaje a Cuba tendrá que ser pospuesto de momento. Al ministro no le ha parecido mal; no consideraba que fuera necesario. Cree que los dos anarquistas no durarán mucho tiempo en tierras americanas y que volverán pronto a España.

—O los matarán. Debemos olvidar a Durruti y a Ascaso y preocuparnos de los que quedan por aquí.

Valenzuela no se acuerda del dinero de la cuenta del banco hasta que es de madrugada. Antes de ir a la Estación del Norte, tras una noche entera sin dormir, debe pasar por la sucursal, en la calle de Alcalá, para saber si Rosa lo ha sacado. Él mismo dio la orden en los buenos tiempos: si ella lo pedía debían entregárselo sin preguntas, sin necesidad de una autorización expresa suya. Pretendía que Rosita nunca pasara privaciones aunque él no estuviera, aunque un día los anarquistas acertaran y lo mataran. Después de la pelea con su esposa no anuló la orden.

En el banco le confirman sus sospechas: Rosa se ha llevado el dinero; lo ha sacado en tres partes, tres días consecutivos. Los empleados de la sucursal cumplieron escrupulosamente sus instrucciones: entregarlo sin ninguna comprobación. Su esposa dispone de algo más de doscientas mil pesetas, dinero suficiente para vivir muchos años, para huir de su marido. Valenzuela no podría, aunque quisiera, denunciarlo; es dinero que procede de sobornos y cuentas de gastos ilegales de su departamento, el dinero de la guerra sucia contra los anarquistas.

Es prácticamente imposible controlar a la gente que sale de una ciudad como Madrid. Por mucho que los policías pregunten en las estaciones, nadie se ha fijado en una mujer y una niña; o, por el contario, se han fijado en muchas mujeres acompañadas por su hija, tantas que no les han llamado la atención y no saben hacia dónde viajaban los trenes en los que subieron.



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