La joya de medina by Sherry Jones

La joya de medina by Sherry Jones

autor:Sherry Jones [Jones, Sherry]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: - Divers
publicado: 2011-01-09T15:40:54+00:00


Como yo había predicho, nuestros guerreros derrotaron a los Mustaliq sin apenas esforzarse. Yo lo presencié desde el campamento, con un hormigueo en los dedos por la ausencia de mi espada, como si hubiera perdido una pierna. Mahoma me había entrenado tan bien que podía derrotar casi a cualquier hombre en una pelea, pero eso no importaba. Se suponía que ni siquiera había de asomar la cabeza por la abertura de la entrada de mi tienda. Sin embargo, en cuanto empezó la batalla, dejé caer mi chal y, desde la distancia, di gritos de ánimo a nuestros hombres. Teníamos que vencer para que todo el Hijaz supiera cuál era el precio de la traición.

La lucha empezó despacio. Se cruzaron flechas de un lado y otro durante una hora. De vez en cuando yo dirigía miradas furtivas a Mahoma, que dirigía a sus tropas montado en un camello. Él también me miraba, y sus ojos parecían arder, lo que aceleraba mi pulso más que el de cualquiera de nuestros guerreros. Finalmente, se dirigió a Alí y le dijo algunas palabras. Al instante siguiente, los gritos guturales de hombres sedientos de sangre rasgaron el aire, y nuestros guerreros se lanzaron a la carrera a través de la playa, haciendo ondear nuestra bandera verde y empuñando sus espadas. Yo retuve el aliento, temiendo por las vidas de nuestros hombres; pero me eché a reír cuando vi que los arqueros Mustaliq dejaban caer sus arcos y huían. Algunos de sus hombres empuñaron sus espadas e intentaron luchar, pero los nuestros los arrollaron como caballos en estampida. El estandarte negro y amarillo de los Mustaliq cayó, y nuestros hombres irrumpieron en su campamento y saquearon sus tiendas con un enorme griterío, y se apoderaron de las mujeres que intentaban escapar.

Por una vez no me importó no encontrarme en el meollo de la acción. Tenía que prepararme para mi propio solaz. A juzgar por las miradas que me había estado dedicando, Mahoma volvería muy pronto. Con el corazón ligero, me deslicé dentro de nuestra tienda y me lavé con el agua de uno de los odres. Me cepillé el pelo y restregué espliego contra mi pecho. Utilicé un cuchillo de cocina como espejo para reforzar con kohl la línea de los ojos, me abroché al cuello mi collar de ágatas, y luego acaricié las piedras lechosas y admiré su brillo sobre mi piel besada por el sol. Abu Ramzi no podía haber creado una joya más preciosa que aquélla.

Al punto esperé. Desenrollé nuestra cama de campaña de piel de oveja, coloqué varios almohadones sobre ella y luego me tendí en una postura seductora. Cuando entrara, Mahoma me encontraría preparada. Excitado por la fácil victoria de nuestro ejército y al verme dispuesta como un banquete en su lecho, se desprendería de su armadura de malla, se tendería a mi lado y me cubriría con su cuerpo. Por fin iba a saber lo que quería decir Sawdah cuando me hacía guiños, y por qué alzaba las cejas Hafsa a la simple mención de una noche con Mahoma.



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