La isla del poeta by Jordi Sierra i Fabra

La isla del poeta by Jordi Sierra i Fabra

autor:Jordi Sierra i Fabra [Sierra i Fabra, Jordi]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Juvenil
editor: ePubLibre
publicado: 1991-12-31T16:00:00+00:00


CAPÍTULO 16

Hoy me he caído.

Estaré levantado

mañana al alba.

* * *

Apoyó la espalda en la silla y subió una pierna, la izquierda, para colocarla encima del muslo derecho. Su posición más cómoda. Su voz fluyó por fin con naturalidad, sin enfados ni crispaciones. Una voz que surgía desde el corazón y la mente, para converger en sus labios casi a modo de rezo íntimo.

—Tenía quince años y me operaron, prácticamente a vida o muerte. La intervención incluía la extirpación de una parte de mi intestino. Supongo que los detalles no son importantes —se llevó una mano al bajo vientre por simple inercia—. El día anterior alguien me regaló Tiempo. Yo no tenía ganas de nada, y menos de leer, y aún menos de leer poesía, aunque ya me gustase mucho escribir poemas sin saber por qué. Creía que me iba a morir, o que, aunque no muriese, me quedaría impedida, arrastrando problemas de por vida. Desde la ventana de la habitación del hospital veía el mundo y sentía mucha rabia. La rabia de la frustración y el desespero, ¿entiende? Allá abajo, en la calle, la gente era feliz, reía, caminaba, las parejas se daban besos en las esquinas o bajo los árboles. Y yo me enfrentaba a la muerte o algo peor. Nadie miraba hacia arriba. Nadie pensaba que junto a ellos se alzaba un hospital con gente enferma, destinos rotos.

—¿Habías mirado tú antes así un hospital?

—No —admitió.

—Perdona. Sigue.

—Era casi de noche, me quedé sola unos minutos porque mis padres cenaban o atendían al móvil, no sé. El caso es que alargué la mano y tomé el libro, por inercia, porque me zumbaba la cabeza y me estaba volviendo loca. Lo abrí al azar. ¡Al azar! Y ante mí tenía «Esencia». Apenas quince líneas… por Dios…

—¿Tan fuerte fue?

—¿Fuerte? —Elevó las dos manos abiertas hasta la altura de su rostro—. Fue como… como saltar desde un rascacielos y caer, caer, caer pero no para estrellarme contra el suelo, sino para terminar flotando hasta tocar tierra dulcemente o sumergirme en una masa de algodón muy suave. Allí… estaba todo. Allí tenía respuestas.

—Es un poema amargo.

—Yo lo vi como una revelación, una luz. Todo lo que tenía en mi cabeza, y que no sabía cómo expresar, estaba en él, contenido, saltándome a los ojos, me inundó la razón. Ese poema me golpeó, me abofeteó. Fue como si me gritara: «¡Despierta!». Y me desperté. Y luego leí «Acto» y el grito fue: «¡Reacciona!». Y reaccioné. Empecé a pasar páginas, a devorar, aquí y allá. Y no podía creer lo que leía, lo que sentía. Mi cuerpo vibraba. Era otro. Y yo…

—Tranquilízate.

—Lo siento, es que… —Recuperó la paz que había ido perdiendo con la curva ascendente de su relato—. Me leí el libro entero antes de dormir, y no una vez, sino dos, y algunos poemas tres, cuatro, cinco veces. Mi madre no entendía nada. Me decía que tenía que descansar, estar fuerte porque la operación iba a ser a primera hora, que durmiese… y yo leyendo, leyendo absorta.



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