La importancia de las cosas by Marta Rivera De La Cruz

La importancia de las cosas by Marta Rivera De La Cruz

autor:Marta Rivera De La Cruz
La lengua: es
Format: mobi
Tags: prose_contemporary
ISBN: 9788408093121
editor: Planeta
publicado: 2011-05-31T22:00:00+00:00


10

Desde el momento en que Beatriz emitió su teoría sobre la procedencia de las cosas que guardaba el armario de Fernando Montalvo, Mario había empezado a mirarlas bajo una nueva luz. De repente, todos aquellos objetos vulgares y en apariencia inofensivos habían adquirido un matiz amenazante. No eran cosas inocentes, cosas inocuas, simples cachivaches inútiles ocultos en un cajón. Eran símbolos del comportamiento delincuencial, pruebas irrefutables de la comisión de un crimen. En pocas palabras, el cuerpo del delito.

—¿Por qué dices eso? —Mario abrigaba la tibia esperanza de que Beatriz estuviese equivocada en aquella afirmación hecha sin titubeos, casi con el ánimo triunfal del que resuelve un enigma importantísimo.

—Pues porque está claro que son los clásicos chismes que se llevaría un cleptómano de las casas que visita. Cosas sin valor que cualquiera puede distraer en un momento de descuido, y que el propietario tardaría en echar de menos.

—Pero ¿para qué...?

—Pues está bien claro: es otra de las colecciones de Montalvo. La de «souvenirs» obtenidos en las casas de sus alumnos. Qué hombre más curioso, tu inquilino.

Beatriz no parecía molesta, sino más bien fascinada tras descubrir la particular faceta de mangante de Fernando Montalvo. Mario no sabía qué pensar: una vez más, se sentía superado por los acontecimientos. Miró de nuevo el fruto de los supuestos hurtos de Montalvo: el cenicero roto, el abrecartas viejo, el prisma de cristal —que provenía, seguro, de una lámpara—, las gafas, el portaminas... Eran cosas inútiles, sin más valor que el que quisiese darles la nostalgia o ese particular afecto que a veces surge, de forma inexplicable, entre una persona y un objeto.

—Bueno, pues un motivo más para demostrar que Montalvo era un tipo raro como un perro verde —dijo, y cerró el cajón.

—¿Qué haces? —Beatriz parecía sorprendida.

—Pues... no sé... dejar todo en su sitio. No necesitas el armario, ¿verdad? Así que para qué vamos a vaciarlo.

—Olvídate del armario. Estoy pensando en las cosas.

Mario se dijo que a lo mejor era una apreciación suya, pero le pareció que a Beatriz le brillaban los ojos.

—Hay que devolverlas, Mario.

—¿Qué? ¿Todas esas... mamarrachadas? ¿Crees que alguien está interesado en recuperar una palmatoria del año de la polka o... o un trozo de lámpara? Y, además... ¿cómo vamos a localizar a esa gente?

—No creo que haya muchos Bagameri en la guía telefónica de Madrid. A lo mejor nos puede dar los datos de los demás.

Él meneó la cabeza y recordó el tono desabrido y escasamente afectuoso de Aldo Bagameri.

—Pues mira, no creo que el tal Bagameri sea una de esas personas dispuestas a colaborar con el prójimo así, por las buenas. Y no sé por qué iba a tener él las direcciones de los otros alumnos de Montalvo. Además, ¿qué vamos a decirle? «Hemos encontrado un montón de trastos viejos entre los que creemos que hay algo que le pertenece. Si quiere recuperarlo, venga a la casa de su antiguo profesor de música que, por cierto, hace mes y medio se colgó de una de las vigas del salón.» Nos tomará por psicópatas.



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